Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

miércoles, 22 de abril de 2020

Bajo el signo del coronavirus


Principiando los años sesenta llegué yo a Madrid. Y allí residí más de media década. Me gustaba recorrer sus avenidas principales, calles y barrios populares. Raro era el día en que no caminase por la Gran Vía. Como raro era que no me cruzara con Concha Piquer y Antonio Márquez -torero-, marido de la cantante y actriz. Debido a que vivían en un edificio cercano a la plaza de España y yo me hospedaba en una casa de la calle de Ferraz.

Concha Piquer y Antonio Márquez Serrano formaban una pareja atractiva. Paseaban con garbo y con esa elegancia natural de los artistas y también de la adquirida actuando en escenarios repletos de público. Cada vez que me topaba con ellos, me acordaba de cuando mis padres me llevaron al Teatro Principal de mi pueblo para ver la compañía que ella dirigía con disciplina espartana.

Estaban a punto de fenecer los años cuarenta. Pero aún hacían estragos la tuberculosis y el Piojo Verde. Personaje casi de leyenda que parecía vivir a sus anchas en la posguerra; en aquel triste mundo de restricciones de luz eléctrica, de cartillas de racionamiento, de periódicos abiertos por las páginas de fútbol, de coches con gasógeno, colas, pan negro, azúcar amarillo, boniatos y chocolate terroso.

Para proteger a sus hijos del dichoso piojo, las madres pobres colgaban extraños escapularios entre pecho y camisa de los niños, eran bolitas de alcanfor sujeta a un cordón. El Piojo Verde y el bacilo de Kock se aliaron en la posguerra para aumentar más la angustia del pueblo. La chiquillería incontrolada hablaba en la calle de los tuberculosos como seres siniestros y fantasmales, como de vampiros que secuestraban y mataban a los niños para beber su sangre...

Se hablaba de desaparecidos, de detenidos, de jóvenes viudas enlutadas que, cansadas de esperar al marido desaparecido en el frente, escapaban de casa con sus amantes. En algunas calles de las grandes ciudades había hombres derrotados, de un color de ala de mosca, y en las esquinas el estraperlo de barra de pan y la prostitución se hacían a pecho descubierto. Todo aquello marcó a los niños de la posguerra.

La pregunta que me hago es la siguiente: ¿qué diran los niños y adolescentes de hoy, dentro de unos años, acerca del coronavirus? Enfermedad que seguramente les cambiará la vida a su familia y los colocará a ellos entre la espada y la pared. Lo más seguro es que prefieran no ahondar en unos hechos donde la muerte se ha convertido en actriz principal de una tragedia a la que nadie es capaz de ponerle fin.  



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