En lo que un director de cine se atrevió a llamar los "felices sesenta", por estar esos años repletos de euforia económica y consumista, de alegría juvenil y exaltación liberadora, recuerdo que la Guerra de Vietnam estaba en su apogeo. Tal es así que en corrillos, mentideros, sobremesas y cualesquiera otras reuniones, raro era que no saliera a relucir la posibilidad de que se produjera la tercera guerra mundial.
Fue entonces cuando le oí decir a un militar de la máxima graduación: "Si estalla la tercera guerra mundial, nadie nos pedirá nuestra opinión. El día en que estalle, en el tiempo que se tarde en informarnos hay muchas posibilidades de que ya estemos muertos. Más vale no pensar en ello". Afortunadamente, esa gran guerra nunca estalló entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Pues todo quedó en un enfrentamiento político, económico y social.
El coronavirus se presentó en China sigilosamente y sin antecedentes, cogiendo a sus autoridades por sorpresa. Y sembró el pánico en todo el país. Era la crisis de la muerte que nadie sabía cómo enfrentarse a ella. Esa guerra por medio de un enemigo invisible fue llamando la atención del mundo cual algo que sólo podía ocurrir en Asia. En España, por ejemplo, los residentes chinos eran mirados, en algunos sitios, con recelos.
El virus asesino decidió muy pronto presentarse en Europa. Y eligió Italia como sede de sus deseos de matar. Las autoridades italianas tardaron en reaccionar. Incluso permitieron que el enemigo pudiera acudir a partidos de fútbol y a toda clase de espectáculos de masa. Espacios donde el coronavirus se siente como pez en el agua. La tragedia italiana se veía como algo lejano. Incluso hubo quienes criticaron a familiares de jugadores del Valencia por decirles que se negaran a ir a Italia para jugar frente al Atalanta.
En España, que está a dos pasos de Italia, nadie pensó que el partido Valencia-Atalanta en Mestalla, aunque sin público, nunca debió celebrarse. Las autoridades tampoco cayeron en la cuenta, aun siendo conocedores de la tragedia que se avecinaba, de que estaban obligadas a suspender tanto las manifestaciones como los partidos de fútbol correspondientes a la Liga Santander y el Atlético de Madrid-Liverpool. Ateniéndose a que el diagnóstico de un médico epidemiólogo -director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias- fue laxo.
Los errores se han ido acumulando en quienes han de velar por el bien de sus compatriotas. Y, claro, de eso se ha venido aprovechando el virus que mató a mansalva en China, que asesinó sin piedad en Italia y que está demostrando en España que vencerle es tarea ardua; sobre todo si no se le sale al paso con celeridad, contundencia y medios suficientes. Es la crisis. La crisis de la muerte. Y que a muchas personas las ha cogido sin enterarse de qué iba el asunto.
El coronavirus se presentó en China sigilosamente y sin antecedentes, cogiendo a sus autoridades por sorpresa. Y sembró el pánico en todo el país. Era la crisis de la muerte que nadie sabía cómo enfrentarse a ella. Esa guerra por medio de un enemigo invisible fue llamando la atención del mundo cual algo que sólo podía ocurrir en Asia. En España, por ejemplo, los residentes chinos eran mirados, en algunos sitios, con recelos.
El virus asesino decidió muy pronto presentarse en Europa. Y eligió Italia como sede de sus deseos de matar. Las autoridades italianas tardaron en reaccionar. Incluso permitieron que el enemigo pudiera acudir a partidos de fútbol y a toda clase de espectáculos de masa. Espacios donde el coronavirus se siente como pez en el agua. La tragedia italiana se veía como algo lejano. Incluso hubo quienes criticaron a familiares de jugadores del Valencia por decirles que se negaran a ir a Italia para jugar frente al Atalanta.
En España, que está a dos pasos de Italia, nadie pensó que el partido Valencia-Atalanta en Mestalla, aunque sin público, nunca debió celebrarse. Las autoridades tampoco cayeron en la cuenta, aun siendo conocedores de la tragedia que se avecinaba, de que estaban obligadas a suspender tanto las manifestaciones como los partidos de fútbol correspondientes a la Liga Santander y el Atlético de Madrid-Liverpool. Ateniéndose a que el diagnóstico de un médico epidemiólogo -director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias- fue laxo.
Los errores se han ido acumulando en quienes han de velar por el bien de sus compatriotas. Y, claro, de eso se ha venido aprovechando el virus que mató a mansalva en China, que asesinó sin piedad en Italia y que está demostrando en España que vencerle es tarea ardua; sobre todo si no se le sale al paso con celeridad, contundencia y medios suficientes. Es la crisis. La crisis de la muerte. Y que a muchas personas las ha cogido sin enterarse de qué iba el asunto.
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