Casi todas las noches, cuando el reloj marca las diez, me siento en el sillón de la salita de estar frente al televisor para ver una película (dado que las series, salvo raras excepciones, no me agradan) y me he habituado, por necesidad, a tragarme muchas ya vistas por mí y otras cuya mala calidad me invitan a desertar cuanto antes. Lo que me obliga a meterme en la cama antes del tiempo adecuado para atraer el sueño.
Ayer por la noche, decidí que merecía la pena ver Topaz, dirigida por Alfred Hichcok. Película que trata de la Guerra Fría y de las relaciones de la Cuba revolucionaria con la Unión Soviética. Y me acordé inmediatamente de los discursos de Fidel Castro. Y de cómo los destaca el doctor Antonio Puigvert, eminente urólogo catalán, en Mi vida... y otras más. Biografía escrita por J. F. Vila-San Juan.
El doctor Puigvert cuenta que en 1966 recibió una invitación para asistir al XI Congreso Médico en La Habana... Que pudo comprobar con gran sorpresa y evidente satisfacción la presencia de colegas ingleses, rusos, alemanes, franceses, sudamericanos de diversas repúblicas e incluso norteamericanos. Que fue recibido por Fidel Castro. Quien dos días después, en el teatro Carlos Marx de La Habana, uno de los mayores del mundo, se celebró el acto de clausura del Congreso.
En el programa, sigue diciendo Puigvert, figuraba el discurso de despedida del jefe del Gobierno a los congresistas, que comenzaría a las ocho de la tarde y terminaría ¡a las diez! La perspectiva era desalentadora. O sea, que el gran urólogo español pensó que para soportar el tostón que se avecinaba lo mejor era cambiar el lugar privilegiado que le habían asignado por otro donde poder relajarse sin llamar la atención por algún que otro bostezo inoportuno.
A las pocas palabras me di cuenta de que estaba ante un orador excepcional. No solamente en el tema sino en la técnica de la oratoria. Barajó cifras y datos de orden sanitario, comentó historietas, y me tuvo en vilo las dos horas... El doctor Puigvert concluye así su relato: Les aseguro, con toda certeza y con pleno conocimiento de causa, que a Fidel Castro, si le dejan hablar, no hay tribunal en el mundo capaz de condenarlo.
Mi opinión de Fidel Castro no es la mejor. Por razones obvias. Pero lo he sacado a colación, en estos momentos, porque no entiendo que haya autoridades que se atrevan a estar durante más de una hora discurseando ante las cámaras de televisión, a sabiendas de que carecen del don de la palabra. Causando sopor entre quienes acudimos con el deseo evidente de escucharlas atentamente y sobre todo deseando oírles anunciar algo que nos alegre la pajarilla. Pero todos repiten la misma cantinela: "Estamos esperando...". Y mientras los profesionales de la medicina siguen reclamando los materiales necesarios para enfrentarse a un enemigo que también se está ensañando con ellos.
El doctor Puigvert cuenta que en 1966 recibió una invitación para asistir al XI Congreso Médico en La Habana... Que pudo comprobar con gran sorpresa y evidente satisfacción la presencia de colegas ingleses, rusos, alemanes, franceses, sudamericanos de diversas repúblicas e incluso norteamericanos. Que fue recibido por Fidel Castro. Quien dos días después, en el teatro Carlos Marx de La Habana, uno de los mayores del mundo, se celebró el acto de clausura del Congreso.
En el programa, sigue diciendo Puigvert, figuraba el discurso de despedida del jefe del Gobierno a los congresistas, que comenzaría a las ocho de la tarde y terminaría ¡a las diez! La perspectiva era desalentadora. O sea, que el gran urólogo español pensó que para soportar el tostón que se avecinaba lo mejor era cambiar el lugar privilegiado que le habían asignado por otro donde poder relajarse sin llamar la atención por algún que otro bostezo inoportuno.
A las pocas palabras me di cuenta de que estaba ante un orador excepcional. No solamente en el tema sino en la técnica de la oratoria. Barajó cifras y datos de orden sanitario, comentó historietas, y me tuvo en vilo las dos horas... El doctor Puigvert concluye así su relato: Les aseguro, con toda certeza y con pleno conocimiento de causa, que a Fidel Castro, si le dejan hablar, no hay tribunal en el mundo capaz de condenarlo.
Mi opinión de Fidel Castro no es la mejor. Por razones obvias. Pero lo he sacado a colación, en estos momentos, porque no entiendo que haya autoridades que se atrevan a estar durante más de una hora discurseando ante las cámaras de televisión, a sabiendas de que carecen del don de la palabra. Causando sopor entre quienes acudimos con el deseo evidente de escucharlas atentamente y sobre todo deseando oírles anunciar algo que nos alegre la pajarilla. Pero todos repiten la misma cantinela: "Estamos esperando...". Y mientras los profesionales de la medicina siguen reclamando los materiales necesarios para enfrentarse a un enemigo que también se está ensañando con ellos.
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