El coronavirus ha llevado a que varias empresas hayan instaurado de manera provisional, el modelo de el teletrabajo. Nacido en los Estados Unidos, muchos años antes de la década de los ochenta, fue en ésta cuando se supo que había ya setecientos mil estadounidenses trabajando a domicilio en una fase experimental. Emprendida en el sector bancario, informático y de investigación.
En sus orígenes, existía la intención de que fuera la información la que se desplazara por las líneas telefónicas en vez de los empleados por las autopistas o el tren, con lo que se ahorraba tiempo en el transporte y se disminuían los atascos y la contaminación atmosférica. Era evidente que el desarrollo de la red de comunicaciones, el ordenador, la telemática y el tratamiento de textos, facilitaba en gran manera que muchas actividades del sector terciario se pudieran llevar a cabo desde el domicilio.
Así una mecanógrafa podía escribir y corregir un texto en su casa con sólo poseer una telecopiadora que le suministrara el manuscrito y ella se encargaba de copiarlo y remitirlo a su destinatario por medio de un terminal de video. En la mayoría de los casos, el teletrabajo no era todavía desde el propio domicilio, sino trabajo a distancia, ya que el empleado debía trasladarse a un local próximo a su domicilio para transmitir los datos. Varios años después llegó el ordenador para reunir a toda la familia en el hogar.
El teletrabajo tuvo bien pronto a sus detractores. Sobre todo en las instituciones del mundo del trabajo: tanto empresarios como sindicatos se resistían a su introducción. Los primeros alegaban el riesgo de aislamiento, de ruptura con respecto al resto de los asalariados; los segundos temían la desaparición del sentimiento de pertenencia a la empresa así mismo como la dificultad de controlar a empleados que no estaban físicamente presentes en los locales de la empresa. Por último, las feministas se opusieron a voz en grito a esa tendencia; ya que en ella veían un intento de relegar nuevamente a las mujeres trabajadoras a sus hogares. Todo esto se siguió pensando en Europa y España no era una excepción.
A mitad de la década de los noventa, si mal no recuerdo, empecé yo a utilizar el teletrabajo pactado con el empresario. Lo cual no era óbice para que visitara todos los días el centro de trabajo. Y percibía, inmediatamente, como algunos currantes del lugar, por más que trataran de disimularlo, dejaban ver un visaje preñado de cabreo por ver a alguien que podía realizar su trabajo en bata y pantuflas.
El teletrabajo tuvo bien pronto a sus detractores. Sobre todo en las instituciones del mundo del trabajo: tanto empresarios como sindicatos se resistían a su introducción. Los primeros alegaban el riesgo de aislamiento, de ruptura con respecto al resto de los asalariados; los segundos temían la desaparición del sentimiento de pertenencia a la empresa así mismo como la dificultad de controlar a empleados que no estaban físicamente presentes en los locales de la empresa. Por último, las feministas se opusieron a voz en grito a esa tendencia; ya que en ella veían un intento de relegar nuevamente a las mujeres trabajadoras a sus hogares. Todo esto se siguió pensando en Europa y España no era una excepción.
A mitad de la década de los noventa, si mal no recuerdo, empecé yo a utilizar el teletrabajo pactado con el empresario. Lo cual no era óbice para que visitara todos los días el centro de trabajo. Y percibía, inmediatamente, como algunos currantes del lugar, por más que trataran de disimularlo, dejaban ver un visaje preñado de cabreo por ver a alguien que podía realizar su trabajo en bata y pantuflas.
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