Me había hecho la firme promesa de no hablar más de ese asesino silencioso llamado Covid-19. A pesar de que sigue matando. De que no se prohibieran las manifestaciones del 8-M. De que los políticos siguen sin estar a la altura del drama que estamos viviendo. De las salidas a escena de Pablo Iglesias. Incumpliendo además la cuarentena que debía estar guardando. Lo cual provoca malestar casi generalizado... Pero me ha sido imposible cumplir el propósito.
Quien escribe está cumpliendo a rajatabla con todas las normas exigidas por el estado de alarma. Desde entonces no he pisado la calle. Invocando a todos los santos habidos y por haber para que aparezca alguien en televisión gritando a voz en cuello: "¡Se ha descubierto y puesta a punto la vacuna contra el coronavirus!... Y que ese científico pase a la historia como ya lo hizo Alexander Fleming como descubridor de la penicilina en los años cuarenta.
Quien escribe reza más que nunca porque el drama que se está viviendo llegue a su fin. Cada vez que alguien muere recito lo escrito por John Donne: "Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia: la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas, doblan por ti".
Por mi edad -perdonen el redoble de tambor-, yo viví la tragedia de la postguerra. Años más duros que el pedernal. Y tuve la suerte de salir ileso de la tuberculosis. La cual azotaba a los niños en la misma medida que el bicho de hoy ataca a las personas mayores. La Parca me ha rondado en distintas ocasiones. Y puedo decirles que verle su rostro deja huellas. Pero decidí seguir adelante con renovados bríos. Aunque tomando las precauciones debidas para ayudarle a mi buena suerte.
Alguien dijo que la especie humana es demasiado estúpida para agradecer que alguien le evite una enfermedad. Es preciso que la enfermedad llegue, que el ciudadano se retuerza de dolor y de angustia, entonces, siente "generosamente" exquisita gratitud. Nunca es tarde... A mí me enseñaron muy pronto a respetar a los médicos. Incluso a creer en ellos. Por consiguiente, si algo debemos agradecerle al virus -que nos acecha con las ideas de Caín- es que la gente no cese de mostrarle su respeto, su admiración y su agradecimiento a los médicos y a todo el personal sanitario que les ayuda. O sea.
Quien escribe está cumpliendo a rajatabla con todas las normas exigidas por el estado de alarma. Desde entonces no he pisado la calle. Invocando a todos los santos habidos y por haber para que aparezca alguien en televisión gritando a voz en cuello: "¡Se ha descubierto y puesta a punto la vacuna contra el coronavirus!... Y que ese científico pase a la historia como ya lo hizo Alexander Fleming como descubridor de la penicilina en los años cuarenta.
Quien escribe reza más que nunca porque el drama que se está viviendo llegue a su fin. Cada vez que alguien muere recito lo escrito por John Donne: "Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia: la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas, doblan por ti".
Por mi edad -perdonen el redoble de tambor-, yo viví la tragedia de la postguerra. Años más duros que el pedernal. Y tuve la suerte de salir ileso de la tuberculosis. La cual azotaba a los niños en la misma medida que el bicho de hoy ataca a las personas mayores. La Parca me ha rondado en distintas ocasiones. Y puedo decirles que verle su rostro deja huellas. Pero decidí seguir adelante con renovados bríos. Aunque tomando las precauciones debidas para ayudarle a mi buena suerte.
Alguien dijo que la especie humana es demasiado estúpida para agradecer que alguien le evite una enfermedad. Es preciso que la enfermedad llegue, que el ciudadano se retuerza de dolor y de angustia, entonces, siente "generosamente" exquisita gratitud. Nunca es tarde... A mí me enseñaron muy pronto a respetar a los médicos. Incluso a creer en ellos. Por consiguiente, si algo debemos agradecerle al virus -que nos acecha con las ideas de Caín- es que la gente no cese de mostrarle su respeto, su admiración y su agradecimiento a los médicos y a todo el personal sanitario que les ayuda. O sea.
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