Diciembre de 1983. Estaba yo una noche en un bar de copas en un pueblo gaditano, cuando un remedo de señorito, quizá uno de los últimos de aquella casta, se acercó a mí para saludarme y preguntarme cómo me iba en Ceuta. A la que yo había llegado hacía seis meses. Le dije que muy bien... Y, sin venir a cuento, le dio por vaticinarme el tiempo que yo tardaría en ser un racista. Así que no dudé en clavarle un rejón de castigo en todo lo alto. El cual le hizo recular.
Mi respuesta -dura como el pedernal- al joven de buena posición social, tal vez se debió a que mi adaptación a esta ciudad se había producido en un amén. Y que pronto aprendí que las personas de diferentes razas, religión o cultura estaban destinadas a entenderse por el bien de todas. Desde el principio mantuve muy buenas relaciones con musulmanes, hebreos, hindúes y cristianos. Todos ellos pertenecientes a distintas escalas sociales y económicas.
Jamás concebí como inferior y rechazable a otro grupo étnico. Lo que nada tenía que ver con el deseo de que los inmigrantes cumplieran las leyes españolas. Con el paso de los años, muchas fueron las veces que conversé de tan importante problema con mi siempre recordado Mustafa Mizzian (dirigente del Partido Democrático y Social de Ceuta-. Incluso hube de pasar por momentos difíciles cuando decidí presentarme como testigo en un juzgado para ayudar a un hombre de religión musulmana, pedigüeño él, que había sido maltratado, sin motivo alguno, en plaza pública.
Llevo treinta y ochos años viviendo en Ceuta. Y sigo pensando lo mismo sobre el racismo: "Se dice que la violencia engendra y multiplica la violencia. Sucede igual con el racismo". Alguien dijo, hace ya bastantes años, que la cultura es el vaivén, el recibimiento de dádivas extrañas, la apertura de miras, el mestizaje y la hibridez. Y la cultura es lo que nos define, porque ella somos y muy poquito más. De ahí que el racismo sea el pecado más grave que hay de lesa humanidad...
En bastantes ocasiones, hasta el punto de haberse convertido en lema de nuestro alcalde, le he oído airear que Ceuta -chiquita y marinera- se distinguía por ser un ejemplo de convivencia entre razas y culturas. Por tal motivo, me sorprendieron sus declaraciones alarmantes, el pasado día 15, relacionadas con las autoridades de Marruecos. Raras en alguien que siempre ha presumido de tener la moderación como arma indispensable para obtener logros.
Pues bien, fue perder la calma nuestro alcalde y producirse a los pocos días, por mor de la casualidad, la suspensión del pleno de la Asamblea, debido a un grave enfrentamiento verbal entre Mohamed Alí, dirigente de Caballas, y los diputados de VOX. Trifulca que ha dado la vuelta a España y, por qué no, al mundo. Propaganda nefasta... No cabe duda de que la violencia engendra y multiplica la violencia. Sucede igual con el racismo.
Mi respuesta -dura como el pedernal- al joven de buena posición social, tal vez se debió a que mi adaptación a esta ciudad se había producido en un amén. Y que pronto aprendí que las personas de diferentes razas, religión o cultura estaban destinadas a entenderse por el bien de todas. Desde el principio mantuve muy buenas relaciones con musulmanes, hebreos, hindúes y cristianos. Todos ellos pertenecientes a distintas escalas sociales y económicas.
Jamás concebí como inferior y rechazable a otro grupo étnico. Lo que nada tenía que ver con el deseo de que los inmigrantes cumplieran las leyes españolas. Con el paso de los años, muchas fueron las veces que conversé de tan importante problema con mi siempre recordado Mustafa Mizzian (dirigente del Partido Democrático y Social de Ceuta-. Incluso hube de pasar por momentos difíciles cuando decidí presentarme como testigo en un juzgado para ayudar a un hombre de religión musulmana, pedigüeño él, que había sido maltratado, sin motivo alguno, en plaza pública.
Llevo treinta y ochos años viviendo en Ceuta. Y sigo pensando lo mismo sobre el racismo: "Se dice que la violencia engendra y multiplica la violencia. Sucede igual con el racismo". Alguien dijo, hace ya bastantes años, que la cultura es el vaivén, el recibimiento de dádivas extrañas, la apertura de miras, el mestizaje y la hibridez. Y la cultura es lo que nos define, porque ella somos y muy poquito más. De ahí que el racismo sea el pecado más grave que hay de lesa humanidad...
En bastantes ocasiones, hasta el punto de haberse convertido en lema de nuestro alcalde, le he oído airear que Ceuta -chiquita y marinera- se distinguía por ser un ejemplo de convivencia entre razas y culturas. Por tal motivo, me sorprendieron sus declaraciones alarmantes, el pasado día 15, relacionadas con las autoridades de Marruecos. Raras en alguien que siempre ha presumido de tener la moderación como arma indispensable para obtener logros.
Pues bien, fue perder la calma nuestro alcalde y producirse a los pocos días, por mor de la casualidad, la suspensión del pleno de la Asamblea, debido a un grave enfrentamiento verbal entre Mohamed Alí, dirigente de Caballas, y los diputados de VOX. Trifulca que ha dado la vuelta a España y, por qué no, al mundo. Propaganda nefasta... No cabe duda de que la violencia engendra y multiplica la violencia. Sucede igual con el racismo.
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