Acabo de leer en un periódico deportivo de tirada nacional, una de las muchas anécdotas que se pueden contar de Luis Aragonés, ocurrida en noviembre de 2002 en León, cuando el Atlético se disponía a jugar un partido en el entonces Estadio Antonio Amilivia. Estaba el entrenador rojiblanco conversando con el técnico de la Cultural Leonesa mientras los jugadores de ambos equipos hacían los ejercicios correspondientes al calentamiento, cuando Ernesto Villaverde, hasta hace nada gerente del club, reclamó su atención para presentarle al alcalde de la ciudad. Y Luis le respondió así.
Quien no haya tenido la oportunidad de tratar a Luis Aragonés, la respuesta de tan grande entrenador y personaje singular, podría inducirle a pensar que era un maleducado y un tipo finchado que solía mirar a los demás por encima del hombro. Y erraría en su apreciación. Lo digo con absoluta seguridad, debido a que yo tuve la suerte de disfrutar de su amistad desde que nos conocimos en el Curso de Entrenadores Nacionales en julio de 1973. Celebrado en las instalaciones del INEF en Madrid.
A partir de ese momento, nuestra amistad se vio premiada con partidos del Atlético frente a equipos entrenados por mí. Fueron encuentros de la Copa del Rey y algunos correspondientes a Torneos veraniegos. Recuerdo un triangular celebrado en Ceuta, en agosto de 1982, donde los participantes fueron el Slavia de Praga, el equipo presidido por don Vicente Calderón y la Agrupación Deportiva Ceuta. Por cierto, charlar con el presidente del Atlético era gratificante.
El Atlético decidió alojarse en el Hotel La Muralla. Donde quien escribe había fijado su residencia. Y quedamos citados para compartir el aperitivo y comer juntos. Vicente Calderón, Luis y servidor nos reunimos en el jardín del hotel. La tarde estaba en sus comienzos. Calderón tomó la palabra para exponer con claridad meridiana algunos puntos de vista sobre la realidad del fútbol del momento. Fue entonces cuando apareció un directivo de la ADC, cuyo nombre prefiero omitir, y se sumó a la tertulia.
El directivo tomó la palabra con un desconocimiento absoluto del fútbol, soportado estoicamente por Calderón, en tanto la cara de Luis Aragonés se iba descomponiendo como prueba evidente de que las gilipolleses que decía el sujeto le estaban sentando peor que una derrota ante el Madrid en el Estadio Vicente Calderón. Cuando Aragonés estaba a punto de decirle una guasa, que el sujeto tenía bien merecida, irrumpió en escena el fisioterapeuta rojiblanco que andaba alrededor de la piscina para recordarle no sé qué...
El entrenador rojiblanco, se levantó de su asiento, y se dirigió a los presentes: "Me van a permitir que me ausente. ¿Te es posible acompañarme, Manolo?".
Acepté su invitación y nos fuimos a la Cafetería. Donde Alejandro, el jefe de barra, nos atendió de maravilla, como en él era habitual. Luis Aragonés, tras guardar un silencio tan sepulcral como corto, se dirigió a mí sin rodeos. Es decir, en corto y por derecho. "Manolo, conociéndote, no creo que tú sea capaz de aguantar una temporada con ese directivo que da muestras visibles de ser un auténtico gilipollas. Y a mí, tal vez porque el ambiente del Muralla me sosegaba, se me ocurrió la respuesta adecuada: "Luis: el único remedio que me queda es embarcarlo en la muleta y llevarlo muy toreado...".
Y Aragonés me gritó un ¡olé entusiasmado! Luego, en cuanto pudo, se lo contó a Pepe Jiménez El Bigote -amigo de ambos y colchonero de nacimiento-, a quien Luis le permitía que criticara incluso sus planteamientos.
Y Aragonés me gritó un ¡olé entusiasmado! Luego, en cuanto pudo, se lo contó a Pepe Jiménez El Bigote -amigo de ambos y colchonero de nacimiento-, a quien Luis le permitía que criticara incluso sus planteamientos.
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