Jueves. A las diez de la mañana camino por la Plaza de África. Hace un dia literalmente desagradable. Gris como panza de burro y ventoso. El viento es mi mayor enemigo. Nunca lo soporté. Por más que me nacieran en una tierra de levantazo. Al llegar a la altura del Parador Hotel La Muralla llama mi atención alguien a quien hacía tiempo que no veía. Se trata de un representante de comercio. El cual lleva muchos años visitando esta tierra.
Tras los saludos de rigor, decidimos pasar a la sala de estar del establecimiento para conversar durante un rato. El vendedor es catalán, nacido en Sabadell. Y, aunque les parezca mentira, es del Madrid. Así que nos ponemos a chamullar del club de nuestros amores. Eso sí, apenas coincidimos en nuestras opiniones acerca de cómo viene actuando el equipo blanco. Lo cual no deja de ser natural entre un aficionado y un profesional de la cosa.
También sale a relucir el desorden que reina en Cataluña. Un desastre, según él, que está causando daños irreparables. Y a mí se me ocurre recordarle que alguna culpa debe tener Jordi Pujol de cuanto viene aconteciendo. Mi conocido asiente con la cabeza. Y lo resume así: "De la política malsana que estuvo haciendo el Honorable también son culpables los respectivos presidentes del Gobierno que coincidieron con sus años de líder indiscutible de Cataluña. El poder vuelve loco a los políticos".
De pronto, aprovechando mi silencio, mi conocido, que llevaba ya mucho tiempo sin venir a Ceuta, me pregunta cómo es posible que Juan Vivas siga todavía como alcalde... Y, claro, mi respuesta no podía ser otra que la que sigue: porque lo han votado los últimos supervivientes del clientelismo con que se protegió hace la friolera de casi dos décadas. Y ahí sigue aferrado al cargo carente de estímulos para hacer política. Que no es lo mismo que ser político.
Arturo, mi amigo catalán, nacido en Sabadell y madridista fetén, parece estar de acuerdo conmigo. Y, tras un ligero carraspeo, me dice que no hay cosa peor que un político solitario. Alguien que -a pesar de pasarse la vida saludando a todo quisque- da la impresión de estar encerrado en sí mismo. Hasta el punto -insiste- de que acaba perdiendo el norte de cuanto sucede a su alrededor. Cuando se llega a ese extremo, Manolo, lo mejor es salir de naja cuanto antes. Aun a sabiendas de que a partir de ese momento no será más que... Lo que tú bien sabes.
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