Quienes seguimos el transcurso de la actualidad por televisión recibimos desde hace unos días un inacabable rosario de malas noticias procedentes de Cataluña. En cuya capital los incendios parecen ordenados por un nerón que seguirá diciendo que los pirómanos son infiltrados... La situación lleva trazas de mantenerse durante la campaña electoral.
Es el órdago que Puigdemont y Quim Torra le están echando al Gobierno en funciones. Sin que éste haya decidido aún atajar la gravedad de los hechos que se vienen produciendo. Los cuales pueden desembocar en una desgracia irreparable. Puesto que los disturbios se saben como empiezan pero no como acaban.
Resolver una crisis siempre es díficil para cualquier gobierno. Resolver lo que está ocurriendo en Cataluña es más difícil todavía... Y lo es, sin duda alguna, porque Pedro Sánchez está entre la espada y la pared. Esto es, en trance de tener que decidirse por una de dos cosas igualmente malas: continuar llamándose andana, esperando que amaine el temporal; o bien aplicando cualesquiera de las medidas de coerción previstas para tales casos.
Ambas decisiones pueden perjudicarle en su deseo de continuar residiendo en La Moncloa. Por causas tan obvias que no necesitan ser explicadas. La prudencia que viene mostrando el presidente del Gobierno -en funciones- en relación con lo que viene ocurriendo en Cataluña, debe tener un límite. Así que le conviene actuar cuanto antes para poner fin al desorden que reina en esa autonomía. Si no quiere que sus dudas sean castigadas en las urnas.
Pedro Sánchez se ha distinguido, hasta hace nada, por su forma de afrontar las dificultades. Dando muestras visibles de no arrugarse cuando le ha tocado nadar contracorriente. Por lo que sería lamentable, en grado sumo, para España, para su partido y para él, que ahora se le aflojaran los muelles del valor que exige la Barcelona que arde por culpa de dos políticos cuya locura, mezclada con un odio mortal hacia todo lo español, es evidente.
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