Me telefonea un amigo que hice durante los años que viví en Ibiza. Llegué a la isla cuando la década de los años sesenta estaba tocando a su fin. Así que aún tuve tiempo de ver cómo los hippies pululaban por todos los rincones de las Islas Pitiusas. Tampoco se me ha olvidado el ambiente festivo que reinaba siempre en el Paseo de Vara de Rey. Y qué decir si podías permitirte el lujo de lograr una mesa en la terraza de la Cafetería del Gran Hotel Montesol. Donde se daban cita personajes de toda clase y condición. Un auténtico espectáculo.
Es lo primero que me viene a la memoria cuando cruzo las primeras palabras con quien no había hablado desde el año de Maricastaña. Y que gracias a un amigo en común, que está de visita en La Isla, ha podido conectar conmigo. Y a fe que ha merecido la pena recordar aquellos tiempos en los que el simple hecho de cenar en Casa Juanito -Café, Bar y Restaurante- suponía pasar una velada extraordinaria. Sobremesas que duraban hasta que los gallos comenzaban a dar señales de vida. Y Juan Gallego, quien se fue muy pronto a ese lugar del cual nunca se vuelve, aún se resistía a abandonar la tertulia.
En aquella tertulia se solía hablar de cuanto nos apetecía. En ocasiones, se sumaba a nosotros un fisioterapeuta francés, licenciado en medicina, que había llegado a Ibiza como hippie, y cuya amistad frecuenté. Era un tipo encantador, bondadoso, y con don de gentes. Así que un buen día le propuse a quien debía que lo necesitaba a mi lado. Y los resultados fueron excelentes. Resolvimos problemas que parecían no tener remedio en aquella época. Hechos de los que nunca he escrito. Quizá por pudor...
La respuesta de mi interlocutor no se hace esperar: "Creo, Manolo, que harías bien en contarlos para que se sepan las situaciones difíciles por las que habían de pasar los entrenadores". Y, claro, enpezamos a hablar de fútbol. Y a mí me dio por preguntarle si se había cruzado alguna vez con Santiago Hernán Solari por la calle. Y me dijo que sí. Que lo había visto pasear por el centro de la ciudad. Meses atrás. Y, a renglón seguido, quiso saber mi opinión sobre el exentrenador del Madrid.
Y no tuve la menor duda en decirle lo que ya escribí en su día, cuando fue sustituido por Zidane: de no haber sido por Solari, el Madrid no se habría clasificado para jugar la Champions League. Y sobre todo volví a insistir en algo que distingue al entrenador hispano-argentino: ha sido capaz de no decir ni pío a pesar de que a él no han dejado de ponerle en la picota desde que decidieron destituirlo. Lo cual demuestra su categoría personal.
Es lo primero que me viene a la memoria cuando cruzo las primeras palabras con quien no había hablado desde el año de Maricastaña. Y que gracias a un amigo en común, que está de visita en La Isla, ha podido conectar conmigo. Y a fe que ha merecido la pena recordar aquellos tiempos en los que el simple hecho de cenar en Casa Juanito -Café, Bar y Restaurante- suponía pasar una velada extraordinaria. Sobremesas que duraban hasta que los gallos comenzaban a dar señales de vida. Y Juan Gallego, quien se fue muy pronto a ese lugar del cual nunca se vuelve, aún se resistía a abandonar la tertulia.
En aquella tertulia se solía hablar de cuanto nos apetecía. En ocasiones, se sumaba a nosotros un fisioterapeuta francés, licenciado en medicina, que había llegado a Ibiza como hippie, y cuya amistad frecuenté. Era un tipo encantador, bondadoso, y con don de gentes. Así que un buen día le propuse a quien debía que lo necesitaba a mi lado. Y los resultados fueron excelentes. Resolvimos problemas que parecían no tener remedio en aquella época. Hechos de los que nunca he escrito. Quizá por pudor...
La respuesta de mi interlocutor no se hace esperar: "Creo, Manolo, que harías bien en contarlos para que se sepan las situaciones difíciles por las que habían de pasar los entrenadores". Y, claro, enpezamos a hablar de fútbol. Y a mí me dio por preguntarle si se había cruzado alguna vez con Santiago Hernán Solari por la calle. Y me dijo que sí. Que lo había visto pasear por el centro de la ciudad. Meses atrás. Y, a renglón seguido, quiso saber mi opinión sobre el exentrenador del Madrid.
Y no tuve la menor duda en decirle lo que ya escribí en su día, cuando fue sustituido por Zidane: de no haber sido por Solari, el Madrid no se habría clasificado para jugar la Champions League. Y sobre todo volví a insistir en algo que distingue al entrenador hispano-argentino: ha sido capaz de no decir ni pío a pesar de que a él no han dejado de ponerle en la picota desde que decidieron destituirlo. Lo cual demuestra su categoría personal.
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