Cuando yo daba mis primeros pasos como entrenador profesional, tuve la suerte de compartir muchos ratos de charla con dos entrenadores tan veteranos como respaldados por un historial brillante. Sin embargo, ambos no coincidían en cómo había que llevar las riendas de una plantilla. Un día de julio, de hace ya bastantes años, quedamos citados para comer en Casa Flores: restaurante de moda, en aquella época, en El Puerto de Santa María.
Uno de ellos, cuya fama como jugador había traspasado fronteras, y cuyos éxitos como técnico eran evidentes, no dudó en decir que, debido a las dificultades que entraña erradicar el mal ambiente que suelen crear los futbolistas convencidos de que no juegan lo suficiente, él llevaba ya tiempo aplicando una norma para bajarles los humos a todos los componentes de su plantilla. Y los resultados eran excelentes.
Así que quisimos saber cuál era el elixir capaz de aniquilar el egoísmo que tanto prolifera en un juego de conjunto. Por razones obvias. Y su explicación fue concisa y clara: lo primero que hago es prescindir en las primeras alineaciones de quienes llevan varias temporadas convencidos de que sin ellos las victorias no se producirían. Si el equipo es capaz de ganar sin el concurso de los futbolistas reseñados, miel sobre hojuelas. Aunque eso no quiere decir que no vuelvan a ser alineados cuando las circunstancias lo aconsejen.
Acabar con los egos de los jugadores es cada vez más díficil. Y más difícil todavía es convencerlos de que no bajarán sus cotizaciones por jugar poco o casi nada. Tampoco es conveniente olvidar lo mal que se sienten cuando sus más cercanos les preguntan por sus suplencias. Incluso les cambia el carácter. Hasta el punto de que están siempre dispuestos a difundir su irritación. Así como a provocar desencuentros con sus compañeros.
Válgame el ejemplo, pues, para insistir en lo evidente: ser entrenador es una profesión compleja. Una tarea ardua, peliaguda, complicada... La cual va minando la condición física de cuantos la ejercitan. La soledad del entrenador ha sido ya descrita en inumerables ocasiones. Sí, ya sé que los salarios son superiores y los medios han evolucionado. También están arropados por un equipo técnico. El cual les permite ahorrar esfuerzos físicos y les sirve de parachoque con los futbolistas.
Los entrenadores, además, como humanos que son, no llegan nunca a reunir las cualidades necesarias para ser propietarios de una condición inmejorable en todos los sentidos. De ahí que los haya capaces de reaccionar a paso de legionario ante cualquier dificultad en el terreno de juego, mientras que otros deciden tomar la decisión cuando ya no tiene remedio el problema. Los hay que nunca se arredran ante las críticas agrias, sino todo lo contrario. También desentonan los entrenadores cursis. Y los que nos dicen que prefieren perder jugando bien antes que ganar haciéndolo mal.
Y así podríamos seguir enumerando defectos y virtudes de técnicos cuyas filias y fobias también anidan en sus interiores. Pero todos ellos lo que desean, por encima de todo, es ganar, ganar y ganar. Y jamás prescindirían de algún jugador, necesario para el equipo, por el mero hecho de que éste no les cayera bien. Es más, aquel entrenador que un día -de hace muchos años- nos contó en Casa Flores, restaurante de El Puerto de Santa María, su forma de proceder para bajarle el excesivo ego a sus futbolistas, lo que intentaba es cortar de raíz los males que siempre conducen a la derrota.
Y así podríamos seguir enumerando defectos y virtudes de técnicos cuyas filias y fobias también anidan en sus interiores. Pero todos ellos lo que desean, por encima de todo, es ganar, ganar y ganar. Y jamás prescindirían de algún jugador, necesario para el equipo, por el mero hecho de que éste no les cayera bien. Es más, aquel entrenador que un día -de hace muchos años- nos contó en Casa Flores, restaurante de El Puerto de Santa María, su forma de proceder para bajarle el excesivo ego a sus futbolistas, lo que intentaba es cortar de raíz los males que siempre conducen a la derrota.
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