Hace ya muchos años, en llegando estas fechas, los periodistas las pasaban canutas para rellenar los periódicos. Transitaban la calle a la caza y captura de sucesos para sacarles punta. Incluso los había que se inventaban historias de estrellas que llegaban al Aeropuerto de Barajas o al del Prat, cuando éstas estaban en otra parte del mundo. La cuestión era rellenar el folio en blanco cuanto antes. Y sobre todo con una prosa capaz de enganchar a los lectores.
Para mantener sus puestos de trabajo, los profesionales del periodismo tenían que cumplir con el arte de saber agradar. Agradar significa saber hacer agradable, gracioso y atractivo cualquier tipo de argumentación; significa persuadir, convencer, conmover. E incluso, como diría Flaubert, "hacer soñar". Y lo lograban con un estilo claro, elegante, conciso, armonioso. Un estilo correcto es, o debería ser, como un traje a medida. En suma, que agradar e interesar tenían que ir unidos de la mano.
Los escritores de periódicos, cuando julio estaba dando las boqueadas, siempre echaban mano del socorrido monstruo del Lago Ness. Popularmente conocido como Neissi. Del que nos decían que habitaba en un lago de agua dulce cerca de la ciudad de Inverness, en Escocia. La historia de Neissi daba mucho juego. Pero lo que más llamaba la atención de los lectores de periódicos era el cotilleo. Los clásicos chismes.
El cotilleo es una actividad universal a la que se han entregado hasta las personas más serias y que se sigue ejercitando hasta en los lugares más circunspectos. Mucho más desde que se supo que la sabihonda ciencia hace ya mucho tiempo dijo sospechar que el cotilleo es uno de los pilares de la salud social, junto con el bienestar físico y mental. O sea, que hablar bien o mal de terceras personas es un pasatiempo de lo más razonable y saludable...
Creo que todas las personas, entradas ya en años, recuerdan la llegada a Barajas de la bellísima Ava Gadner. La que fue capaz de meter en el tálamo a Luis Miguel Dominguín y convertirlo, nada más acabar el polvo, en alguien que iba voceando por la Gran Vía cómo se había beneficiado a la mujer de Frank Sinatra. Prueba evidente de la categoría de una estrella que a mí me rompió los esquemas de adolescente en La condesa descalza.
Actualmente, el monstruo del Lago Ness es la política. La mala política. La peor que hemos tenido hasta ahora. Que ya es decir... La cual se ha producido por culpa del pluripartidismo. Ese pluripartidismo a la italiana por el cual suspiraban muchos políticos españoles. Y que está haciendo posible que la gobernabilidad sea más azarosa y más sorprendente cuando se reúnen muchos diferentes para gobernar o para distribuirse la tarta. O sea.
Para mantener sus puestos de trabajo, los profesionales del periodismo tenían que cumplir con el arte de saber agradar. Agradar significa saber hacer agradable, gracioso y atractivo cualquier tipo de argumentación; significa persuadir, convencer, conmover. E incluso, como diría Flaubert, "hacer soñar". Y lo lograban con un estilo claro, elegante, conciso, armonioso. Un estilo correcto es, o debería ser, como un traje a medida. En suma, que agradar e interesar tenían que ir unidos de la mano.
Los escritores de periódicos, cuando julio estaba dando las boqueadas, siempre echaban mano del socorrido monstruo del Lago Ness. Popularmente conocido como Neissi. Del que nos decían que habitaba en un lago de agua dulce cerca de la ciudad de Inverness, en Escocia. La historia de Neissi daba mucho juego. Pero lo que más llamaba la atención de los lectores de periódicos era el cotilleo. Los clásicos chismes.
El cotilleo es una actividad universal a la que se han entregado hasta las personas más serias y que se sigue ejercitando hasta en los lugares más circunspectos. Mucho más desde que se supo que la sabihonda ciencia hace ya mucho tiempo dijo sospechar que el cotilleo es uno de los pilares de la salud social, junto con el bienestar físico y mental. O sea, que hablar bien o mal de terceras personas es un pasatiempo de lo más razonable y saludable...
Creo que todas las personas, entradas ya en años, recuerdan la llegada a Barajas de la bellísima Ava Gadner. La que fue capaz de meter en el tálamo a Luis Miguel Dominguín y convertirlo, nada más acabar el polvo, en alguien que iba voceando por la Gran Vía cómo se había beneficiado a la mujer de Frank Sinatra. Prueba evidente de la categoría de una estrella que a mí me rompió los esquemas de adolescente en La condesa descalza.
Actualmente, el monstruo del Lago Ness es la política. La mala política. La peor que hemos tenido hasta ahora. Que ya es decir... La cual se ha producido por culpa del pluripartidismo. Ese pluripartidismo a la italiana por el cual suspiraban muchos políticos españoles. Y que está haciendo posible que la gobernabilidad sea más azarosa y más sorprendente cuando se reúnen muchos diferentes para gobernar o para distribuirse la tarta. O sea.
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