Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

domingo, 14 de julio de 2019

Aquel verano de 1976


Tal día como hoy,  julio de 1976, estaba yo en Barcelona. Ciudad que me había pateado durante varios años y que había logrado cautivarme. Mi llegada se produjo tras recibir una llamada de Juan Pareja, amigo y encargado de representarme como entrenador. JP era un intermediario que tocaba todos los palos. Y de él se decía que era capaz de venderle una burra desdentada al más listo en esa clase de tratos. 

El representante me había anticipado por teléfono que el presidente del equipo de fútbol de Andorra llevaba tiempo dándole la tabarra para que yo me pusiera al frente de un proyecto deportivo ambicioso. Así que aproveché la ocasión para viajar a Barcelona un día antes de la cita concertada en Andorra la Vieja o la Vella. Y, como siempre, me alojé en El Hotel Oriente. Edificio situado en plena Rambla.

Mi amigo y repesentante gozaba de la amistad de jugadores de fútbol y entrenadores, de artistas y empresarios, y, naturalmente, de presidentes. También era muy apreciado en ambientes taurinos. Gracias a él pude yo disfrutar durante varios años de la amistad de Gustavo Biosca. Defensa del Barcelona, internacional, y todo un mito futbolístico. Biosca era un tipo apuesto. Hasta el punto de que parecía más bien un galán de cine. Y sobre todo era capaz de reírse de su propia sombra.

Enterado de mi presencia en la Ciudad Condal, por medio de nuestro amigo en común, GB no dudó en acudir al Hotel Oriente para decirme que había que celebrar mi estancia en Cataluña, cuando regresara de Andorra, comiendo en Los Caracoles: restaurante situado en el Barrio Gótico. Pues bien sabía él lo mucho que me gustaba frecuentar ese típico establecimiento. Así que quedamos citados para que le contara cómo había transcurrido mi entrevista con el presidente del club andorrano.

Cita a la cual acudí -al día siguiente- acompañado por Pareja. Quien se lamentaba de haber perdido una comisión muy sabrosa.  De aquella sobremesa guardo recuerdos imborrables. Las ocurrencias de Biosca me hicieron reír a mandíbula batiente. Mucho más que aquel otro día en que fuimos a Tarrasa, un año antes, a ver una promoción de ascenso del equipo local. Dada la actitud mohína de mi representante, el exjugador del Barça se interesó por lo ocurrido

-¿Me podéis decir ya de una vez que ha pasado en Andorra?

La pregunta de GB era de impaciencia. Pues sabía sobradamente mi forma de proceder cuando alguien trataba de hacerme comulgar con ruedas de molino. Y es que, a pesar de nuestra corta amistad, estaba al tanto de que yo era reacio a que me impusieran condiciones absurdas. Y decidí contarle lo ocurrido

Verás, Gustavo, el presidente del Andorra, con traza de ser un riquito de nueva hornada, tras darme la bienvenida con la melosidad de quien trata de trajinarte, antes o después, estuvo de acuerdo con los honorarios que le había dicho Juan. Pero puso sus condiciones... Verás, el presidente me dijo que debía aceptar en la plantilla a un portero entrado ya en años y que cantaba por bulerías mejor que el Beni de Cádiz. Que ya es decir. Incluso me anticipó que el guardameta, aunque no era andorrano, ya había adquirido ese requisito por los años que llevaba allí y por haberse casado con una señora de la tierra.

-Y tú le dijiste que nones... -dijo GB.

Así fue... Ante la desesperación de nuestro querido amigo, Juan Pareja. Cuya cara era un poema. Es más, nada más recibir el dinero correspondiente a los gastos del viaje, decidí comprar un avión volador. Que es la última novedad que hay en los establecimientos de juguetes de Andorra la Vella. Todavía recuerdo el rostro agitanado de aquel extraordinario Gustavo Biosca, congestionado por la risa, mientras que los nudillos de su mano derecha golpeaban la mesa para ponerle compás al asunto.







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