Es el título del artículo publicado hoy por la directora de El Faro de Ceuta, a quien conocí recién llegada al periódico decano, desde su Pamplona natal, con tanta juventud como ambiciones y por supuesto, como no podía ser de otra manera, con un desconocimiento absoluto de esta ciudad. Debo decir cuanto antes que hace ya muchos años que yo no cruzo palabra alguna con Carmen Echarri. Y también creo que tampoco me he dirigido a ella por escrito desde el año de la nana. Espero que no haya motivo alguno para hacerlo de manera desabrida. Si acaso fuera malinterpretado mi parecer.
La señora Echarri dice que el periodismo está en horas bajas. Y se hace la siguiente pregunta: ¿Qué es lo fácil, hacer periodismo sin ir a los sitios? Y enumera una serie de hechos con los que argumenta su denuncia: "Ya no existen las entrevistas, ni desplazarse a las barriadas, ni acudir al origen de la información; ya no hay firmas, ya no hay opiniones, ya no hay inversiones en mejoras...". A la directora de El Faro de Ceuta hay que darle la razón. Claro que sí. Aunque a mí me importe ya un bledo y parte del otro cuanto concierne a una profesión que se ha ido devaluando a pasos agigantados.
Pero sería absurdo no aprovechar la ocasión que me ha brindado, periodista tan experta cual acreditada, para refrescarle la memoria. Aunque me van a perdonar que hable de mí por necesidad del guión correspondiente a la respuesta. Comencé a escribir en periódicos cuando principiaban los años noventa. No cabe la menor duda de que llegué tarde a una actividad que me cautivó desde el primer día. Tal era mi entusiasmo que me atrevía con todo los géneros periodísticos.
Publicaba una entrevista diaria, haciendo prevalecer la necesidad que había de ofrecerles esa oportunidad a quienes nunca la habían tenido; recorría las barriadas, como buen andariego que era, buscando información para hacer la crónica correspondiente. Con el fin de que los vecinos pudieran expresar sus quejas o destacar las mejoras que estaban recibiendo por parte de las autoridades municipales. Mis opiniones eran diarias. Así que, además de patearme la calle, eran incontables las horas que pasaba en la redacción. Amén de los enemigos que me iba generando.
Pues bien, tales actividades -alimentadas por el entusiasmo que generaba en mí escribir en periódicos-, más que alegrías y recompensas, me proporcionaban disgustos por parte de quienes llevaban muchos años limitándose a hacer un periodismo de sofá y mirando siempre el reloj para quitarse de en medio cuanto antes. Hasta el punto de que en ocasiones los nervios salían a relucir.
Pasado un tiempo, el editor me ofreció la oportunidad de hacerme con el carné de periodista por la llamada 'tercera vía'. Es decir, remitiendo a la organización designada -para ese menester- mis trabajos y la nómina que me acreditaba cual profesional. Y me negué rotundamente. Alegando que me sentía mejor presumiendo de ser autodidacto. Con todos los defectos y virtudes que el serlo lleva consigo.
Incluso no dudé en recordar a quienes alardeaban en la redacción de haber pasado por la universidad, con una insistencia rayana en la estupidez, que periodista es quien escribe, le publican lo escrito en los periódicos, cuenta con muchos lectores y le pagan por su trabajo. Los periódicos son necesarios. Pero también están necesitados de periodistas amantes de la profesión. Que sean capaces de dedicarles horas de trabajo e imaginación a la tarea de escribir. Y sobre todo que estén cerca de los políticos pero no revueltos con ellos.
Señora Echarri, como verá usted, no he tenido la menor duda en reconocer la mucha razón que tiene al decirnos que el periodismo está en horas bajas. Por no decir, me imagino, que su decadencia es evidente. Y me alegro de que lo haya expuesto en un periódico en el cual trabajamos juntos durante cierto tiempo. Cuando usted era una becaria, atiborrada de ilusiones y sobre todo con unos deseos enormes, tan evidentes como legítimos, de dirigir el periódico decano.
En ese tiempo, quien escribe se atrevía con todos los géneros periodísticos que usted echa de menos actualmente. No obstante, sigo recordando que nos llevábamos como el perro y el gato. Situación achacable, sin duda alguna, a su juventud. Divino tesoro al que conviene domeñar. Señora directora de El Faro de Ceuta, periódico decano, me alegra muchísimo que usted se haya dado cuenta de cómo se debe hacer periodismo. Y que lo haya aireado públicamente. Nunca es tarde...
Pero sería absurdo no aprovechar la ocasión que me ha brindado, periodista tan experta cual acreditada, para refrescarle la memoria. Aunque me van a perdonar que hable de mí por necesidad del guión correspondiente a la respuesta. Comencé a escribir en periódicos cuando principiaban los años noventa. No cabe la menor duda de que llegué tarde a una actividad que me cautivó desde el primer día. Tal era mi entusiasmo que me atrevía con todo los géneros periodísticos.
Publicaba una entrevista diaria, haciendo prevalecer la necesidad que había de ofrecerles esa oportunidad a quienes nunca la habían tenido; recorría las barriadas, como buen andariego que era, buscando información para hacer la crónica correspondiente. Con el fin de que los vecinos pudieran expresar sus quejas o destacar las mejoras que estaban recibiendo por parte de las autoridades municipales. Mis opiniones eran diarias. Así que, además de patearme la calle, eran incontables las horas que pasaba en la redacción. Amén de los enemigos que me iba generando.
Pues bien, tales actividades -alimentadas por el entusiasmo que generaba en mí escribir en periódicos-, más que alegrías y recompensas, me proporcionaban disgustos por parte de quienes llevaban muchos años limitándose a hacer un periodismo de sofá y mirando siempre el reloj para quitarse de en medio cuanto antes. Hasta el punto de que en ocasiones los nervios salían a relucir.
Pasado un tiempo, el editor me ofreció la oportunidad de hacerme con el carné de periodista por la llamada 'tercera vía'. Es decir, remitiendo a la organización designada -para ese menester- mis trabajos y la nómina que me acreditaba cual profesional. Y me negué rotundamente. Alegando que me sentía mejor presumiendo de ser autodidacto. Con todos los defectos y virtudes que el serlo lleva consigo.
Incluso no dudé en recordar a quienes alardeaban en la redacción de haber pasado por la universidad, con una insistencia rayana en la estupidez, que periodista es quien escribe, le publican lo escrito en los periódicos, cuenta con muchos lectores y le pagan por su trabajo. Los periódicos son necesarios. Pero también están necesitados de periodistas amantes de la profesión. Que sean capaces de dedicarles horas de trabajo e imaginación a la tarea de escribir. Y sobre todo que estén cerca de los políticos pero no revueltos con ellos.
Señora Echarri, como verá usted, no he tenido la menor duda en reconocer la mucha razón que tiene al decirnos que el periodismo está en horas bajas. Por no decir, me imagino, que su decadencia es evidente. Y me alegro de que lo haya expuesto en un periódico en el cual trabajamos juntos durante cierto tiempo. Cuando usted era una becaria, atiborrada de ilusiones y sobre todo con unos deseos enormes, tan evidentes como legítimos, de dirigir el periódico decano.
En ese tiempo, quien escribe se atrevía con todos los géneros periodísticos que usted echa de menos actualmente. No obstante, sigo recordando que nos llevábamos como el perro y el gato. Situación achacable, sin duda alguna, a su juventud. Divino tesoro al que conviene domeñar. Señora directora de El Faro de Ceuta, periódico decano, me alegra muchísimo que usted se haya dado cuenta de cómo se debe hacer periodismo. Y que lo haya aireado públicamente. Nunca es tarde...
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