Siempre han pegado malamente. En efecto: "toda politización religiosa" debe ser rechazada. Ejemplos hay para dar y tomar. Esta Semana Santa, que está llegando a su fin, ha coincidido con una campaña electoral y ha habido sus más y sus menos sobre si los candidatos deberían dejarse ver en desfiles procesionales a fin de sacarle rédito en las urnas.
Ni que decir tiene que el debate ha originado controversias, como correponde a toda discusión; máxime cuando se trata de cosas divinas, como diría cualquier 'monterilla' anclado en las tradiciones. Esta interpretación religiosa, popular y sencilla hace que el celtíbero imprima un carácter de familiaridad a su devoción por las imágenes.
Ni que decir tiene que el debate ha originado controversias, como correponde a toda discusión; máxime cuando se trata de cosas divinas, como diría cualquier 'monterilla' anclado en las tradiciones. Esta interpretación religiosa, popular y sencilla hace que el celtíbero imprima un carácter de familiaridad a su devoción por las imágenes.
Pues bien, ayer anduve yo buscando entre los anaqueles de los muebles donde residen mis libros desordenadamente, La Tournée de Dios, novela publicada en 1932 por Jardiel Poncela. Y mi búsqueda tuvo éxito. En ella, partiendo de la tesis de que la humanidad está como una cabra, pues no hay quien sepa lo que quiere y un nefasto barullo ideológico campa por sus respetos, el gran Jardiel trata de demostrar la hipocresía social a través de una supuesta visita de Dios a la Tierra.
El relato alcanza su momento culminante cuando la soberbia humana exige a Dios que se defina entre buenos y malos. Los "blancos" consideran que ellos son sus mejores y únicos intérpretes. Por su parte, los "negros" estiman que el Señor está a su lado. Se trata claro es, de ideologías. No de razas. Jardiel lo especifica así. Negros... Republicanos. Socialistas. Radicales. Sindicalistas. Libertarios. Comunistas. Nihilistas. Anarquistas. Blancos... Monárquicos. Conservadores. Agrarios. Militaristas. Nacionalistas. Tradicionalistas. Fascistas. Cavernícolas.
Y cuando Dios se define, pronunciando un mitin, destaca la tremenda verdad: no está con ninguno. Todos -"negros" y "blancos"- falsifican sus preceptos, sus mandamientos, su religión. No es Dios quien tiene que estar con unos o con otros. Son los hombres quienes tienen que estar con Dios. Pero la raza humana -malvada e hipócrita- finge seguirle en teoría, abandonándole en la práctica.
La religión, sin meterse para nada en los asuntos terrenales ni en complicadas teorías politicosociales que antes la hacían aparecer como defensora del trono -sentando así el principio de que los republicanos no pueden ser católicos- y ahora le prestan una fisonomía defensora del socialismo -con lo cual quedan excluidos de la bienaventuranza eterna los partidarios del libre cambio y la economía capitalista-, debe limitarse a enseñar su clásica elemental doctrina: los mandamientos de la Ley de Dios.
Sólo son diez, decía al respecto Evaristo Acevedo -genial humorista-; pero bastaría que todos los humanos los cumplieran para que el clero, en general, y las altas jerarquías eclesiásticas, en particular, pudieran sentirse satisfechas de la labor realizada. No es Dios quien tiene que estar al lado de las fuerzas políticas, lo mismo si éstas personifican la reacción que la revolución, sino las fuerzas políticas son las que tienen que estar al lado de Dios.
Por consiguiente, si esas fuerzas políticas, para conseguir sus fines, tienen que matar, robar, estafar o desconocer de cualquier otra manera los preceptos de los diez mandamientos que obligan a todo cristiano, quienes así preceden, por mucho que lo proclamen y cacareen, nunca tendrán a Dios a su lado y estarán invocando su santo nombre en vano.
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