Aunque excelente la comida no ha sido copiosa. Así se lo decimos al maître; quien, amén de preguntarnos al respecto, comienza a recitar de memoria unos postres que nos hacen la boca agua. Uno de los comensales se interesa por las torrijas. Y el jefe de comedor las celebra con interés inusitado: "¡Están para chuparse los dedos!".
Los presentes se apuntan a semejante manjar, menos quien escribe. A pesar de que todos a una me repiten esa frase tan manida de que un día es un día y que una vez al año nada hace daño. Pero yo pienso en los componentes que lleva tan excelente bocado: pan, azúcar, sal, mantequilla, leche, huevo, miel, entre otros aditamentos. Y me resisto a pedirla.
La respuesta llega en menos que canta un gallo: "Manolo, me parece que te has empeñado en mantener tu vientre plano a costa de privarte de algo tan apetitoso como es una torrija. Sin caer en la cuenta de que una golondrina no hace verano. Yo creo que te estás excediendo en mantenerte más joven que nunca".
Tal vez sea así -le digo a mi interlocutor-, pero yo me siento mejor con ese vientre plano al que tú aludes, sin hacerse bilis. Lo cual, todo hay que decirlo, se logra sacando a relucir el orgullo del soldado batallador que lucha victoriosamente contra el enemigo heriditario: el tiempo que transcurre. El día que el hombre no se siente más joven que su edad, se siente viejo. Y es entonces cuando se apodera de uno la creciente inquietud frente a lo irremediable...
Una de las mujeres asistentes a la comida interviene en la conversación para poner un ejemplo concreto de esa relación directa entre los cánones estéticos masculinos y la esperanza de vida.
-Se ha dicho con frecuencia que los burgueses de 1900 se ponían barrigones porque se preocupaban muy poco de seducir por su atractivo físico a las mujeres dependientes de ellos financieramente. Yo creo que esa explicación no se sostiene: las mujeres aceptaban en aquella época estar dotadas ellas mismas de unas redondeces que hoy parecerían desagradables. ¡Véase, si no, a Renoir y su idealización de las nalgas celulíticas!
MS lleva razón. Y así se lo expreso. Es más, trato de cerrar la discusión con este sencillo comentario: la medicina, en aquella época, no había descubierto todavía los peligros que el exceso de peso hacía correr al organismo de los obesos. Todo lo contrario: nuestros abuelos consideraban a los bebés rollizos, a los niños de mejillas rotundas, a las mujeres anchas de caderas, a los hombres confortables, como parangones de salud. En cambio, la delgadez de los enclenques, macilentos, era sinónimo de peligro, hacia temer lo peor...
Tal vez sea así -le digo a mi interlocutor-, pero yo me siento mejor con ese vientre plano al que tú aludes, sin hacerse bilis. Lo cual, todo hay que decirlo, se logra sacando a relucir el orgullo del soldado batallador que lucha victoriosamente contra el enemigo heriditario: el tiempo que transcurre. El día que el hombre no se siente más joven que su edad, se siente viejo. Y es entonces cuando se apodera de uno la creciente inquietud frente a lo irremediable...
Una de las mujeres asistentes a la comida interviene en la conversación para poner un ejemplo concreto de esa relación directa entre los cánones estéticos masculinos y la esperanza de vida.
-Se ha dicho con frecuencia que los burgueses de 1900 se ponían barrigones porque se preocupaban muy poco de seducir por su atractivo físico a las mujeres dependientes de ellos financieramente. Yo creo que esa explicación no se sostiene: las mujeres aceptaban en aquella época estar dotadas ellas mismas de unas redondeces que hoy parecerían desagradables. ¡Véase, si no, a Renoir y su idealización de las nalgas celulíticas!
MS lleva razón. Y así se lo expreso. Es más, trato de cerrar la discusión con este sencillo comentario: la medicina, en aquella época, no había descubierto todavía los peligros que el exceso de peso hacía correr al organismo de los obesos. Todo lo contrario: nuestros abuelos consideraban a los bebés rollizos, a los niños de mejillas rotundas, a las mujeres anchas de caderas, a los hombres confortables, como parangones de salud. En cambio, la delgadez de los enclenques, macilentos, era sinónimo de peligro, hacia temer lo peor...
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