A las manifestaciones suelen acudir las personas que están de acuerdo con las reivindicaciones, mientras que otras las rechazan porque no comulgan con gran parte de las reclamaciones. Es lo que ocurrió ayer, una vez más, con la celebrada en el Dia Internacional de la Mujer. La cual transcurrió bajo el siguiente lema: "Sin nosotras se para el mundo". Las personas disconformes habrán alegado que hay algo de hipérbole en esa descripción.
Ahora bien, el mundo sin las mujeres sería un caos. Y tengo la certeza de que así lo creen la mayoría de los hombres. No en vano las mujeres conocen mucho más las prioridades de la vida. No me cansaré de decir que frente a las situaciones penosas, a los conflictos afectivos, a las rivalidades personales, las mujeres zanjan, reaccionan, actúan.
Los hombres confiesan que ellos vacilan, huyen, tergiversan. Tanto en el terreno conyugal como en el profesional. La determinación de las mujeres es incuestionable. Así que hay que reconocerles la voluntad y el valor. Las mujeres están también sobradas de olfato, sutileza, sexto sentido: a veces, los hombres tenemos la impresión de que son un poco brujas. Pues cuesta lo indecible engañarlas. En cambio, ellas...
Hace ya un mundo que se acabó el viejo mito de la Dama de las Camelias. Porque las mujeres no son ni frágiles, ni evanescentes, sino más bien robustas, duras ante el dolor, dispuestas a enterrarnos a nosotros. Semejante vigor del cuerpo femenino asusta a los varones. Las mujeres son estupendas administradoras de los ingresos, sin duda alguna. Aunque mentiría si no dijera que la perfección de las mujeres acaba desembocando en la intransigencia.
A fuerza de insinuaciones y recriminaciones, las mujeres se esfuerzan en imponer a los hombres su modo de vivir, sus principios educativos, sus gustos estéticos, sus costumbres, su sentido del orden y del desorden. Y desde luego, con una obstinación infatigable, las féminas se empeñan en modificarlos, reformarlos, en cambiarlos. Lo cual evidencia que son posesivas. En fin, sobre eso podría hablarse muchísimo.
Eso sí, los hombres jóvenes no discuten ya las cualidades de las mujeres, pero ciertamente se preguntan en qué medida podrán hacer frente a la irresistible ascensión de las mujeres en su profesión. Tengo leído, desde hace ya una eternidad, que los magistrados, los funcionarios, los médicos ven aumentar regularmente la proporción de muchachas admitidas en los exámenes y en las oposiciones.
Incluso en las empresas privadas, donde el reclutamiento respeta mucho menos la igualdad de oportunidades que en las profesiones liberales y en la función pública, las candidaturas ya no pueden ser apartadas simplemente, puesto que son muy numerosas y de calidad. Los hombres jóvenes que hacen sus estudios con las muchachas, saben muy bien, además, que se trata de un movimiento irreversible, de simple justicia. La justicia, en este caso, les da un poco de miedo.
Ahora bien, el mundo sin las mujeres sería un caos. Y tengo la certeza de que así lo creen la mayoría de los hombres. No en vano las mujeres conocen mucho más las prioridades de la vida. No me cansaré de decir que frente a las situaciones penosas, a los conflictos afectivos, a las rivalidades personales, las mujeres zanjan, reaccionan, actúan.
Los hombres confiesan que ellos vacilan, huyen, tergiversan. Tanto en el terreno conyugal como en el profesional. La determinación de las mujeres es incuestionable. Así que hay que reconocerles la voluntad y el valor. Las mujeres están también sobradas de olfato, sutileza, sexto sentido: a veces, los hombres tenemos la impresión de que son un poco brujas. Pues cuesta lo indecible engañarlas. En cambio, ellas...
Hace ya un mundo que se acabó el viejo mito de la Dama de las Camelias. Porque las mujeres no son ni frágiles, ni evanescentes, sino más bien robustas, duras ante el dolor, dispuestas a enterrarnos a nosotros. Semejante vigor del cuerpo femenino asusta a los varones. Las mujeres son estupendas administradoras de los ingresos, sin duda alguna. Aunque mentiría si no dijera que la perfección de las mujeres acaba desembocando en la intransigencia.
A fuerza de insinuaciones y recriminaciones, las mujeres se esfuerzan en imponer a los hombres su modo de vivir, sus principios educativos, sus gustos estéticos, sus costumbres, su sentido del orden y del desorden. Y desde luego, con una obstinación infatigable, las féminas se empeñan en modificarlos, reformarlos, en cambiarlos. Lo cual evidencia que son posesivas. En fin, sobre eso podría hablarse muchísimo.
Eso sí, los hombres jóvenes no discuten ya las cualidades de las mujeres, pero ciertamente se preguntan en qué medida podrán hacer frente a la irresistible ascensión de las mujeres en su profesión. Tengo leído, desde hace ya una eternidad, que los magistrados, los funcionarios, los médicos ven aumentar regularmente la proporción de muchachas admitidas en los exámenes y en las oposiciones.
Incluso en las empresas privadas, donde el reclutamiento respeta mucho menos la igualdad de oportunidades que en las profesiones liberales y en la función pública, las candidaturas ya no pueden ser apartadas simplemente, puesto que son muy numerosas y de calidad. Los hombres jóvenes que hacen sus estudios con las muchachas, saben muy bien, además, que se trata de un movimiento irreversible, de simple justicia. La justicia, en este caso, les da un poco de miedo.
En suma, las mujeres deben seguir luchando por lograr la igualdad absoluta. Por más que sean diferentes. Las diferencias no deben aprovecharse para negarles sus cualidades. Pero ellas también han de reconocer su menor capacidad para desempeñar ciertas tareas. También tendrían que evitar ser manejadas por quienes solamente desean su voto. El mundo sería un caos sin las mujeres. Ah, hay hombres que matan a las mujeres. ¿Todos los hombres son malos?
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