Florentino Pérez y sus enemigos fue el título de lo escrito ayer cuando aún desconocía la discusión mantenida entre el presidente y Sergio Ramos, en los vestuarios, nada más acabar el partido frente al Ajax en el Bernabéu. Rifirrafe vulgar y que jamás debió producirse. Gresca innecesaria. Y de la que sus enemigos se están aprovechando para seguir poniendo a FP como chupa de dómine.
Parece mentira que todo un presidente del Madrid cayera en semejante trampa. Y sobre todo sabiendo de antemano los deseos del capitán de ser en todo momento el protagonista de la cosa. Así que no duda en arrogarse atribuciones que no le competen. Ahora bien, ningún presidente debería bajar a los vestuarios, recién terminados los encuentros, ni cuando se gana ni cuando se pierde. Y mucho menos para dar una filípica. Pues los nervios de los futbolistas están alterados y cualquiera de ellos puede caer en la tentación de responder de mala manera.
No obstante, hace ya mucho tiempo que alguien debió decirle dos cosas al señor Pérez: una, que su forma de proceder deja a los entrenadores carentes de autoridad ante los jugadores; y la otra es que la actitud de Sergio Ramos no deja de ser consecuencia de haberle consentido todo lo habido y por haber. Y el de Camas, además de sobreactuar a cada paso, está convencido de que en su club es lo más parecido a Gonzalo Fernández de Córdoba.
De hecho, y tras haber sido protagonista, triste protagonista, de un hecho que ha dado la vuelta al mundo, al capitán del Madrid se le ocurrió arengar a sus compañeros para que no cejaran en su empeño de terminar como segundo en La Liga Santander. Y hasta les prometió viajar con ellos a Valladolid. A buenas horas mangas verdes... En vista de que siempre se ha distinguido por sumarse a las concentraciones de pretemporada cuando le ha dado la gana. Bien para nadar entre tiburones o para darse un garbeo por tierras extrañas. Entre otras decisiones desacertadas.
Bien haría el Madrid, a partir de ahora, en recordarle al Gran Capitán que la única obligación que tiene es la de lucir el brazalete y reunirse con los árbitros para elegir la parte de campo que crea conveniente. Y, naturalmente, revestir al próximo entrenador de todos los poderes necesarios para que la plantilla sepa, de una vez por todas, quién es el encargado de poner orden en todos los sentidos.
De no ser así, Sergio Ramos volverá a despotricar contra cualquier entrenador que no sea de su agrado. Y lo hará de tal guisa: "El respeto se gana, no se impone. La gestión del vestuario es más importante que el conocimiento". Y yo volveré a deplorar con Voltaire que, por desgracia, "cuanto más antiguo es el abuso tanto más sagrado se considera".
Frase
Florentino Pérez no debe hacer, en momentos tan cruciales, oídos de mercader.
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