Saber de fútbol para opinar como mandan los cánones. Es la pregunta que me hace un aficionado y lector de este espacio. Y le recito de memoria la definición de alguien que consideré en su momento tan acertada como para hacer uso de ella cada vez que la ocasión la requiera. "El sabedor de fútbol ha de ser un dedo índice y ojo clínico que opina. Su campo es el diagnóstico no el quirófano. Reconocerá los fallos del equipo, percibirá sus carencias y las denunciará. No todos los que opinan de fútbol están capacitados para esa tarea".
No sé quién dijo que uno, desde muy pequeñito, y especialmente en la adolescencia, crea muchos mitos que poco a poco va destruyendo inconscientemente. Y hasta considera inevitable convertirse en asesino de sus ideas a medida que pasa el tiempo. Pero, curiosamente, nunca me ha pasado con Di Stéfano. Y yo me pregunto: ¿Por qué Di Stefáno se resiste al cabo de tanto tiempo como si fuera una especie de Dios?
También Wilkes permanece en primera fila de la la alacena de mi memoria. El jugador holandés tuvo la desgracia de llegar al Valencia en la misma temporada que la 'Saeta Rubia' al Madrid. Año 1953. Y por tal motivo quedó relegado a un segundo plano por parte de los medios de comunicación. Wilkes medía uno noventa y era capaz de presentarse ante la puerta contraria tras haber dejado atrás, con sus regates diabólicos, a cinco o seis rivales. Aún me parece estar viéndole jugar frente al Sevilla en el viejo Nervión, desbordando una y otra vez a Marcelino Campanal, también conocido como Campanal II. Todo un mito de fútbol.
Metido ya en este berenjenal de mirar hacia atrás, siento la necesidad de reconocer que hubo jugadores extraordinarios, en la Baja Andalucía, que bien pudieron llegar a la cima y sin embargo se quedaron a mitad de camino. Por ejemplo: Mariano Ayán, Mariano; Manuel Solano Cañado, Solano; Manuel Bernal Gómez, Manolin; Antonio Benzo Díaz, Chicha; Luis Soriano, Mario Blanco, Suano...
De todos los jugadores reseñados, y de muchos otros, conversé yo en su momento con Fernando Barbacil, quien fue secretario técnico del C D San Fernando. Fernando era un lince para descubrir futbolistas. Y, naturalmente, era un placer hablar de fútbol con él. Nunca tuve la oportunidad de preguntarle a Ramón Rodríguez Verdejo, Monchi, cuánto influyó Barbacil en sus extraordinarios conocimientos como ojeador de jugadores.
No sé quién dijo que uno, desde muy pequeñito, y especialmente en la adolescencia, crea muchos mitos que poco a poco va destruyendo inconscientemente. Y hasta considera inevitable convertirse en asesino de sus ideas a medida que pasa el tiempo. Pero, curiosamente, nunca me ha pasado con Di Stéfano. Y yo me pregunto: ¿Por qué Di Stefáno se resiste al cabo de tanto tiempo como si fuera una especie de Dios?
También Wilkes permanece en primera fila de la la alacena de mi memoria. El jugador holandés tuvo la desgracia de llegar al Valencia en la misma temporada que la 'Saeta Rubia' al Madrid. Año 1953. Y por tal motivo quedó relegado a un segundo plano por parte de los medios de comunicación. Wilkes medía uno noventa y era capaz de presentarse ante la puerta contraria tras haber dejado atrás, con sus regates diabólicos, a cinco o seis rivales. Aún me parece estar viéndole jugar frente al Sevilla en el viejo Nervión, desbordando una y otra vez a Marcelino Campanal, también conocido como Campanal II. Todo un mito de fútbol.
Metido ya en este berenjenal de mirar hacia atrás, siento la necesidad de reconocer que hubo jugadores extraordinarios, en la Baja Andalucía, que bien pudieron llegar a la cima y sin embargo se quedaron a mitad de camino. Por ejemplo: Mariano Ayán, Mariano; Manuel Solano Cañado, Solano; Manuel Bernal Gómez, Manolin; Antonio Benzo Díaz, Chicha; Luis Soriano, Mario Blanco, Suano...
De todos los jugadores reseñados, y de muchos otros, conversé yo en su momento con Fernando Barbacil, quien fue secretario técnico del C D San Fernando. Fernando era un lince para descubrir futbolistas. Y, naturalmente, era un placer hablar de fútbol con él. Nunca tuve la oportunidad de preguntarle a Ramón Rodríguez Verdejo, Monchi, cuánto influyó Barbacil en sus extraordinarios conocimientos como ojeador de jugadores.
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