Dandismo. Para algunos es el arte de la conducta y la elegancia encaminadas a sorprender a los demás, pero que puede caer en la extravagante afectación. Es una manera de ser y una forma de vida que se opone a las convenciones sociales en la medida que las exagera. El dandi se siente el ombligo del mundo y lo único que pretende es causar un determinado efecto con su insolente egoísmo y el solo propósito de satisfacer su vanidad.
El dandismo de Pablo Iglesias está ya pasado de moda. Así que no cuela eso de ir vestido de pobre con ropas caras. Ese lujo no se lo puede permitir. Ya que carece de esa elegancia que sale de dentro a fuera. Y sobre todo porque la gente tiene la certeza de que el dirigente de Unidos Podemos se ha criado la mar de bien. O sea, que su uniforme harto conocido ha logrado el efecto contrario a lo que él esperaba: pues sigue dando la impresión de pequeño burgués que detesta los trajes porque nunca le cayeron bien.
A Pablo Iglesias le deberían aconsejar sus asesores que ya va siendo hora de que cambie su estilo de vestir. Que su desaliño resulta impropio en quien arde en deseos de gobernar España aunque sea a costa de provocar con los independentistas un nuevo enfrentamiento entre españoles. Y, naturalmente, porque uno no puede confiar en alguien que va ataviado de esa manera para tratar de pasar por lo que no es. Al menos cuando se ve obligado a representar el cargo.
La última vez que yo vi a Pablo Iglesias dando el cante de mamarracho en el vestir fue en una visita que hizo al Palacio de la Moncloa para entrevistarse con Pedro Sánchez. Imágenes que las televisiones no cesan de lucirlas a cada paso. Seguramente por indicación de alguien que sabe perfectamente cómo poner en evidencia al mandamás de los podemitas.
Me explico: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias aparecen sentados en los sillones de la Moncloa. Y al segundo no se le ocurrió otra cosa que cruzar las piernas de manera tan inadecuada como grotesca. Con lo difícil que es que un hombre resista una fotografía con las piernas cruzadas. Esa prueba sólo la puede pasar un señor que esté licenciado en el difícil arte de cruzar las piernas. Y no es el caso del señor Iglesias.
Y, para más inri, resulta que su cruce de piernas, un espanto de repanchigamiento, nos enseñaba, y nos sigue enseñando, cada vez que nos ofrecen las imágenes, la suela de unos zapatos faltos de ese betún necesario que éstos demandan. Y, claro, cada vez que veo el cruce de piernas de Pablo Iglesias me acuerdo de lo que decimos en Andalucia:
-Un hombre con los zapatos sucios y los tacones gastados no vale un duro.
Y menos mal que no llevaba calcetines blancos. Hubiera sido el colmo de los despropósitos. Y si no que se lo pregunten a don Antonio Burgos.
Y menos mal que no llevaba calcetines blancos. Hubiera sido el colmo de los despropósitos. Y si no que se lo pregunten a don Antonio Burgos.
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