Si entre burros te ves, rebuzna alguna vez, dice el refrán y dice bien. Fechas atrás, pasé por ese trance. Y, de puro considerar el asunto, resolví no decir ni pío. Así que agucé el oído mientras me invadía una risa interior desconocida hasta entonces. Aunque sigo sin comprender cómo pude mantener la boca cerrada ante las muchas paparruchadas que decían.
Antes les diré que todo ocurrió por un casual. Pasaba yo por el lugar donde estaban los contertulios y uno de ellos, el más agradable y preparado, llamó mi atención y acudí presto a reunirme con ellos. Tras los saludos de rigor, incluído el de estrechar manos blandas y tan resbaladizas como el pescado congelado, los allí congregados siguieron sosteniendo opiniones sobre ciertos asuntos. Sin disentir apenas.
A medida que pasaba el tiempo me miraban desconcertados. Sorprendidos de que yo no despegara los labios. De modo que no hacía falta ser adivino para comprender que ardían en deseos de que yo participara del debate. Que dijera lo más mínimo acerca de algo para salir en tromba a rebatírmelo.
De política hablaron con apasionamiento. Y sobre todo hicieron una defenza a ultranza de quien rige los destinos del Ayuntamiento. Ni que decir tiene que ansiaban por todos los medios derribar el muro de mi silencio. Pero yo permanecía callado y firme el ademán. Cuando se convencieron de que mi mudez no cedía, cambiaron de tercio.
Así que se adentraron por la senda del fútbol. Y, como no podía ser de otra manera, Isco y Ramos salieron a la palestra. Convencidos los contertulios, metidos ya en años, que yo rompería mi silencio a media vuelta de manivela. Y estuve a punto, la verdad sea dicha, de morder el anzuelo. Pero me negué a rebuznar ni siquiera una vez.
Cuando el cansancio se fue apoderando de los tertulianos. Y se oía nada más que el ruido de las olas estallando en la arena y deshaciéndose en espuma en la orilla, a mí me dio por expresarme así: si queréis destruir a alguien hablar mal de él. Si queréis echarlo por tierra, ensalzarlo y después destruirlo. No se levantará jamás. En cambio, si queréis tejer un discurso positivo, nada hay más eficaz que comenzar negando a la persona, o al menos ponerla en duda.
Dicho ello, que no creo que lo entendieran, me bañé en mis aguas favoritas.
Así que se adentraron por la senda del fútbol. Y, como no podía ser de otra manera, Isco y Ramos salieron a la palestra. Convencidos los contertulios, metidos ya en años, que yo rompería mi silencio a media vuelta de manivela. Y estuve a punto, la verdad sea dicha, de morder el anzuelo. Pero me negué a rebuznar ni siquiera una vez.
Cuando el cansancio se fue apoderando de los tertulianos. Y se oía nada más que el ruido de las olas estallando en la arena y deshaciéndose en espuma en la orilla, a mí me dio por expresarme así: si queréis destruir a alguien hablar mal de él. Si queréis echarlo por tierra, ensalzarlo y después destruirlo. No se levantará jamás. En cambio, si queréis tejer un discurso positivo, nada hay más eficaz que comenzar negando a la persona, o al menos ponerla en duda.
Dicho ello, que no creo que lo entendieran, me bañé en mis aguas favoritas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta mis escritos ,pero desde el respeto.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.