Ayer, viendo uno de los partidos de La Liga Santander, le oí decir a un comentarista que existen muchos entrenadores que hacen del azar su mejor sistema de juego. O sea, que casi todo lo fían a la ventura. Y dije para mí: éste sabe de qué habla. Puesto que así lo he creído siempre. Y, claro, nunca me he cortado lo más mínimo en airearlo. Incluso hubo una época en la cual me llovían las críticas de quienes se daban por aludidos.
Anécdotas al respecto tengo para dar y tomar. Algunas son para desternillarse de risa. Tiempo habrá para contarlas con sus ribetes adecuados. Dado que ha habido, y sigue habiendo, técnicos que, tras decidir la alineación, se encomendaban a la diosa Fortuna. O sea, lo que Dios quiera. Eso sí, luego en la sala de prensa eran los más dispuestos a dar lecciones de estilos de juego, tácticas y demás temas relacionados con la distribución de los jugadores en el terreno de juego.
Válgame el largo introito para decirles que El Cholo Simeone es todo lo contrario a esos entrenadores que son incapaces de tomar decisiones sobre la marcha para corregir defectos cuando sus equipos están pasándolo mal. A veces, muy pocas, podría acusársele de tomar decisiones precipitadas. Siempre perdonables, sin duda; porque numerosos son sus aciertos. Los cuales se van sucediendo durante el transcurso del partido.
Para lograr semejante dominio escénico, el técnico argentino ha tenido antes que aunar la voluntad de todos sus jugadores al servicio de sus ideas; que han de ser tan claras como concisas. Los jugadores deben salir al terreno de juego con enorme sentido táctico, voluntad a raudales, disciplina espartana y obediencia a quien dirige. A partir de ahí, faltaría más, cualquier casualidad favorable es recibida con los brazos abiertos.
La casualidad le vino ayer a Simeone como bajada del cielo. Así que conociendo cómo El Cholo vive el fútbol, me lo imaginé, una vez enterado de la alineación del Madrid, diciéndole al Mono Burgos algo así como hoy nos llevamos el gato al agua. Y a punto estuvo durante la primera parte de sentenciar el partido su equipo. Y todo porque a Lopetegui se le ocurrió ceder el mediocampo. Entregárselo al rival porque sí.
Los atléticos jugaron con cuatro futbolistas en la zona vital del campo. Contra tres del Madrid. En ocasiones, aun se quedaban con dos. Por incrustarse Casemiro entre Varane y Ramos para atenuar la peligrosidad de Greezmann y Costa. Mientras el Madrid perdía el dominio del partido y tampoco era capaz de hacer del contragolpe virtud, el conjunto rojiblanco se movía llevado por la batuta de su entrenador.
Ora presionamos muy arriba; ora nos replegamos a nuestra parcela; ora salimos desde atrás con pases necesitados de ayudas o bien hacemos de los despejes orientados el mejor recurso para llegar cuanto antes ante a los dominios de Courtois. Así que hubo momentos en que los jugadores del Madrid no sabían a qué atenerse. Y, desde luego, ni Benzema ayudaba en nada como delantero falso o flotante ni Marco Asensio disfrutaba de una misión concreta, adecuada a sus cualidades, para ser o delantero peligroso o centrocampista de altos vuelos.
Con lo que no contaba Simeone fue precisamente con el azar que le cupo en suerte a Lopetegui. Quien, lesionado Bale, según nos dijeron, recurrió al 4-4-2; sistema que recobró con Ceballos. Conque habría que preguntarle al entrenador del Madrid si, de no haberse lesionado el futbolista galés, habría tomado la misma decisión. El caso es que, por casualidad o no, el equipo merengue se adueñó del campo durante media hora y a punto estuvo de adelantarse en el marcador. Merecidamente, además. Eso sí, El Cholo Simeone no se cruzó de brazos. De ningún modo. Sino que buscó por todos los medios ponerle trabas al resurgirmiento de los locales.
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