Recibo su llamada telefónica cuando la tarde va declinando. Hacía ya mucho tiempo que no cruzaba palabra alguna con quien fue amigo de la niñez. Amistad que perduró en el tiempo. Si bien es cierto que nunca nos preocupamos de alimentarla. Así se lo he dicho en cuanto hemos empezado a pegar la hebra. Mi primer recuerdo de Manuel Muñoz Aparicio data de finales de los años cuarenta.
Los años del DDT, del gasómetro, de la cartilla de abastos, del estraperlo, de la muerte de Manolete y de las colas interminables para todo. A pesar de tantas calamidades, tanto él como yo acudíamos casi todos los días a jugar a la pelota en el descampado de la Plaza del Polvorista. Y celebramos como algo muy grande la primera vez que pisamos el terreno de juego del Eduardo Dato: Campo Municipal de tantos recuerdos para mí.
Si cierro los ojos soy capaz de evocar a Manolín, hipocorístico por el cual se le sigue conociendo, dispuesto a hacerle un favor a cualquiera que acudiera a él necesitado de ayuda. De lo cual puedo dar fe. Él ya trabajaba en la Base Naval de Rota cuando yo necesité de sus amistades. Y logré un empleo excelente. Y que dejé en su momento por otra tarea que me apasionaba.
Manuel Muñoz Aparicio, Manolín, mantuvo durante muchos años un cargo de relevancia con los estadounidenses. Quienes, dado los valores indiscutibles de mi amigo y paisano, confiaban ciegamente en las decisiones que tomaba. Tenía a su disposición un jet para desplazarse entre las distintas bases de la OTAN para auditar sus cuentas. Aeronave rotulada, en su honor, como 'Puerto de Santa María'. Fue condecorado en varias ocasiones. Y tenido por un español fetén.
Manuel Muñoz Aparicio, Manolín, vivió muchos años en la cresta de la ola. Ahora bien, como en la vida no todo es fácil ni placentero, a mi amigo le tocó demostrar en situaciones dolorosas, muy dolorosas, que también sabía soportarlas con una entereza digna de encomio. Así se lo he recordado durante nuestra conversación telefónica. Por si acaso nunca antes se lo había dicho.
Los años del DDT, del gasómetro, de la cartilla de abastos, del estraperlo, de la muerte de Manolete y de las colas interminables para todo. A pesar de tantas calamidades, tanto él como yo acudíamos casi todos los días a jugar a la pelota en el descampado de la Plaza del Polvorista. Y celebramos como algo muy grande la primera vez que pisamos el terreno de juego del Eduardo Dato: Campo Municipal de tantos recuerdos para mí.
Si cierro los ojos soy capaz de evocar a Manolín, hipocorístico por el cual se le sigue conociendo, dispuesto a hacerle un favor a cualquiera que acudiera a él necesitado de ayuda. De lo cual puedo dar fe. Él ya trabajaba en la Base Naval de Rota cuando yo necesité de sus amistades. Y logré un empleo excelente. Y que dejé en su momento por otra tarea que me apasionaba.
Manuel Muñoz Aparicio, Manolín, mantuvo durante muchos años un cargo de relevancia con los estadounidenses. Quienes, dado los valores indiscutibles de mi amigo y paisano, confiaban ciegamente en las decisiones que tomaba. Tenía a su disposición un jet para desplazarse entre las distintas bases de la OTAN para auditar sus cuentas. Aeronave rotulada, en su honor, como 'Puerto de Santa María'. Fue condecorado en varias ocasiones. Y tenido por un español fetén.
Manuel Muñoz Aparicio, Manolín, vivió muchos años en la cresta de la ola. Ahora bien, como en la vida no todo es fácil ni placentero, a mi amigo le tocó demostrar en situaciones dolorosas, muy dolorosas, que también sabía soportarlas con una entereza digna de encomio. Así se lo he recordado durante nuestra conversación telefónica. Por si acaso nunca antes se lo había dicho.
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