El 21 de julio fue elegido presidente del Partido Popular. El secreto de su éxito consistió en que habló mejor que nunca antes lo había hecho. Pablo Casado supo decir las cosas más banales de manera interesante y las cosas aburridas, de manera agradable. Y "el estilo lo es todo", como afirmó en su día el gran estilista francés Flaubert. El estilo vale para muchas cosas. Pero donde resulta imprescindible es en la política.
Pablo Casado logró ese día no sólo agradar sino también interesar. Su discurso enamoró a la concurrencia e hizo posible que en la calle Génova se hablase ya de la posibilidad de recuperar con él esos 11 millones de votantes que los populares llegaron a tener en sus mejores momentos. Triunfo grande, pues, de alguien que fue capaz de comerse en el escenario a Soraya Saéz de Santamaría. Encogida ante la elocuencia de su rival.
Semejante demostración de poderío, por parte del ganador de las primarias, afectó muchísimo a Javier Arenas. No en vano su poderdante, SSS, había sido derrotada ampliamente. Y el hombre nacido en Olvera, a pesar de que lleva metido en política desde el año de la nana, se desahogó de la manera que muy pronto nos contó Pepe Oneto: "Éste va a durar menos que Hernández Mancha", refiriéndose a Pablo Casado. Por supuesto.
El vaticinio de Javier Arenas es lo primero que me vino a la memoria cuando me enteré de cómo había actuado la jueza del 'caso Máster'. Decisión que ha propiciado un escándalo de órdago a la grande. Hasta el punto de que llevamos dos días en que los medios de comunicación han encontrado en el máster del presidente del PP su historia veraniega tan clásica como ya olvidada del monstruo del lago Ness. Así que no cesan de contarnos todo lo que puede ocurrir desde ahora hasta septiembre. Que será cuando se pronuncie el Supremo.
Mientras tanto, créanme, yo sigo dándole vueltas a la valoración excesiva que hacen no pocos políticos de los títulos académicos. Titulitis tan enfermiza como para que se metan en berenjenales que pueden acabar con su carrera política. En el caso que nos ocupa, esto es, el de Pablo Casado, presidente del PP, mi deseo es que la causa sea archivada. Por puro egoísmo. Pues considero que no está la política española para que el presidente del primer partido de la oposición sea imputado por algo que no deja de ser una auténtica gilipollez. Tal vez cometida por un joven, en su día, con ganas de darse pote.
El vaticinio de Javier Arenas es lo primero que me vino a la memoria cuando me enteré de cómo había actuado la jueza del 'caso Máster'. Decisión que ha propiciado un escándalo de órdago a la grande. Hasta el punto de que llevamos dos días en que los medios de comunicación han encontrado en el máster del presidente del PP su historia veraniega tan clásica como ya olvidada del monstruo del lago Ness. Así que no cesan de contarnos todo lo que puede ocurrir desde ahora hasta septiembre. Que será cuando se pronuncie el Supremo.
Mientras tanto, créanme, yo sigo dándole vueltas a la valoración excesiva que hacen no pocos políticos de los títulos académicos. Titulitis tan enfermiza como para que se metan en berenjenales que pueden acabar con su carrera política. En el caso que nos ocupa, esto es, el de Pablo Casado, presidente del PP, mi deseo es que la causa sea archivada. Por puro egoísmo. Pues considero que no está la política española para que el presidente del primer partido de la oposición sea imputado por algo que no deja de ser una auténtica gilipollez. Tal vez cometida por un joven, en su día, con ganas de darse pote.
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