Carmen Calvo -jurista constitucionalista, política y docente- es una señora que manda tela marinera en el Gobierno presidido por Pedro Sánchez. Una señora de la que siempre he tenido la mejor impresión. La cual va a menos en la misma medida que ella trata de ponerle pegas a nuestra lengua. Proveniente de un latín hablado y del cual saben mucho en el pueblo donde la señora ministra fue nacida. Tengo la impresión de que los socialistas, en momentos tan difíciles para gobernar, han decidido hacer uso y abuso del "arte demagógico de la seducción pública". Y tratan por todos los medios de convertir nuestro diccionario en un disparatado libro de consulta para gilipuertas. La señora Calvo debería tener en cuenta que el idioma bien empleado es bien entendido y apreciado por las personas poco instruidas, mientras que las rarezas y las extravagancias, aunque no sean percibidas por esas personas, estremecen a quien sí posee alguna instrucción.
El centro-derecha español tiene una escalofriante tendencia a la división, la disgregación y al suicidio. O se supera esa tentación o será difícil que se articule una alternativa válida de poder a corto plazo. Con estos datos juegan, y acertadamente, los socialistas. Quien así se expresaba a finales de la década de los 80 era José María Aznar. Pues bien, han transcurrido treinta años desde aquellas aseveraciones y el Partido Popular se halla otra vez metido de hoz y coz en ese laberinto. Aunque los populares tienen, en esta ocasión, la enorme suerte de que el PSOE está maniatado por su escasez de diputados. Aun así, bien sabido es que el partido que gobierna hace milagros. De la misma manera que los votantes no suelen perdonar a los partidos que andan a la greña. Y los gerifaltes del PP, por más que traten de disimularlo, están aprovechando las primarias para ajustarse las cuentas. ¡Ay de los vencidos!
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