Es muy corriente que quienes disfrutamos de la lectura, vicio que, con el paso del tiempo, nos deja las cervicales hechas trizas, tengamos innumerables resúmenes guardados en lo que se conoce como nube. Un archivo extraordinario que nos ofrece internet. A esa nube accedo yo muchas veces para releer por orden alfabético.
Hoy, cuando navegaba por la letra J, el nombre de José Aumente llamó mi atención y decidí adentrarme en su contenido. JA era socialista, neurólogo y psiquiatra, y en los años ochenta publicó un artículo que yo guardé en el cajón de mi mesita de noche. Y ahí estuvo hasta que un buen día lo mudé a esa nube de algodón inmortalizada por Antonio Machín.
El primer párrafo del artículo reza así: "La política por mucho que Marx lo pretendiera, no es una ciencia. Más bien se acerca a lo que anteriormente Maquiavelo describiera como un arte: un arte más o menos marrullero, pero evidentemente sin escrúpulos, de conseguir primero y mantenerse después en el poder". Verdad que no necesita demostración.
Y a continuación dice que "después de 10 años, a pesar de que las libertades formales se mantienen bastante bien, lo cierto es que la manipulación -como arte de engañar, seducir, maniobrar y, en definitiva imponerse- no ha sufrido demasiados cambios e incluso se manifiesta más abiertamente". Asuntos que estaban cantados.
Un pluralismo político -el sistema de partidos- es obligado porque los ciudadanos de un país piensan de manera diferente, y parecen reclutados en diferentes corrientes políticas e ideológicas que hay en el mercado. Pero a renglón seguido se manifiestan las malas artes -y no las bellas partes- para ese gran objetivo que es el poder.
En principio, todos sabemos que los políticos ofrecen el paraíso, porque siempre el paraíso es atractivo, a pesar de la escasa leyenda que tenemos de ese lugar. Después se observan unos a otros para hacerse mil diabluras, porque la política de la concurrencia o la competitividad es un juego de imaginativos y de tramposos.
Hay que decir también, en reconocimiento de los políticos, que se proponen servir y hacer cosas en beneficio de los ciudadanos, pero no reparan en medios, y a la hora de ofrecer o de disputarse electores, son unos tunantes. Esto lo han sabido todos los grandes demócratas de los últimos siglos, y lo han ejercido, y luego se han quedado tan tranquilos en su conciencia afirmando que la democracia "es el menos malo de los sistemas políticos".
Decía Emilio Romero que la política tiene dos drogas de gran actividad. Una es la de estar en el parlamento, y otra es la de estar en el poder. Las versiones de Parlamento y poder también se refieren a las organizaciones autónomas y a los ayuntamientos. Los militantes de los partidos que no tienen una vocación de figurar en la actividad o en la responsabilidad política son como los que asisten a la procesiones. Solamente tienen fe, pero eso sólo figura en sus sentimientos exteriores o íntimos.
El político es otra cosa. Es una dedicación, un oficio, una manera diferente de estar en la vida. El político tiene que conciliar sus devociones con la farsa. Y la farsa, desgraciadamente, puede durar la tira de años. Ejemplos hay y no creo que haya que mencionar a nadie en estos momentos donde los políticos jóvenes están pidiendo paso a ritmo acelerado.
El primer párrafo del artículo reza así: "La política por mucho que Marx lo pretendiera, no es una ciencia. Más bien se acerca a lo que anteriormente Maquiavelo describiera como un arte: un arte más o menos marrullero, pero evidentemente sin escrúpulos, de conseguir primero y mantenerse después en el poder". Verdad que no necesita demostración.
Y a continuación dice que "después de 10 años, a pesar de que las libertades formales se mantienen bastante bien, lo cierto es que la manipulación -como arte de engañar, seducir, maniobrar y, en definitiva imponerse- no ha sufrido demasiados cambios e incluso se manifiesta más abiertamente". Asuntos que estaban cantados.
Un pluralismo político -el sistema de partidos- es obligado porque los ciudadanos de un país piensan de manera diferente, y parecen reclutados en diferentes corrientes políticas e ideológicas que hay en el mercado. Pero a renglón seguido se manifiestan las malas artes -y no las bellas partes- para ese gran objetivo que es el poder.
En principio, todos sabemos que los políticos ofrecen el paraíso, porque siempre el paraíso es atractivo, a pesar de la escasa leyenda que tenemos de ese lugar. Después se observan unos a otros para hacerse mil diabluras, porque la política de la concurrencia o la competitividad es un juego de imaginativos y de tramposos.
Hay que decir también, en reconocimiento de los políticos, que se proponen servir y hacer cosas en beneficio de los ciudadanos, pero no reparan en medios, y a la hora de ofrecer o de disputarse electores, son unos tunantes. Esto lo han sabido todos los grandes demócratas de los últimos siglos, y lo han ejercido, y luego se han quedado tan tranquilos en su conciencia afirmando que la democracia "es el menos malo de los sistemas políticos".
Decía Emilio Romero que la política tiene dos drogas de gran actividad. Una es la de estar en el parlamento, y otra es la de estar en el poder. Las versiones de Parlamento y poder también se refieren a las organizaciones autónomas y a los ayuntamientos. Los militantes de los partidos que no tienen una vocación de figurar en la actividad o en la responsabilidad política son como los que asisten a la procesiones. Solamente tienen fe, pero eso sólo figura en sus sentimientos exteriores o íntimos.
El político es otra cosa. Es una dedicación, un oficio, una manera diferente de estar en la vida. El político tiene que conciliar sus devociones con la farsa. Y la farsa, desgraciadamente, puede durar la tira de años. Ejemplos hay y no creo que haya que mencionar a nadie en estos momentos donde los políticos jóvenes están pidiendo paso a ritmo acelerado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta mis escritos ,pero desde el respeto.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.