Un amigo mío, con quien suelo charlar cada dos por tres, me preguntó ayer, en un momento de nuestra conversación, mientras hacíamos antesala en una clínica, por lo que más odio en este mundo. Y no dudé en decirle que la deslealtad. Y, a renglón seguido, dije la siguiente frase: "Hay quien nace tonto o feo, pero nadie nace desleal ni sinvergüenza. A eso se llega con dedicación y alevosía, perfeccionándose por el uso y el abuso".
Mi amigo, persona culta, afable, y gran observador, tardó nada y menos en darme la siguiente respuesta: "Tengo la impresión, Manolo, de que hay quien nace ya predispuesto a algo: a tísico o a sinvergüenza. Luego aparece la conformación de cada uno respecto a lo que quiere ser, y empiezan a surgir las lealtades o las deslealtades, las gratitudes o las cabronadas. Lo cual no deja de ser uno de los grandes misterios de la persona".
Mi amigo, tras hacer una pausa, siguió haciendo uso de la palabra. Mira, Manolo, la vida, por ser tan dura, también obliga a muchos a hacer cosas contra su voluntad. Pues se trata de vivir. Y entonces algunas personas son desleales, y hasta sinvergüenzas, por instinto de conservación. Pero donde se manifiesta más ampliamente la deslealtad o la desvergüenza es en la ambición para subir, para triunfar, o para prosperar. Por eso la política tiene el más alto nivel de desleales. Algo que tú, y me consta, conoces sobradamente.
Pero no olvides que yo -mi amigo continuó hablando- también he sido testigo de muchos años de vida política ceutí, y estoy en posesión de una crónica riquísima de estas actitudes. Posturas de políticos que han medrado a costa de decirnos que todo lo hacían por el bien de la ciudad y de su gente. Políticos dispuestos a poner contra las cuerdas a cualquiera que se atreviera a denunciar sus malas prácticas. Porque gobernar, querido Manolo, no consiste en resolver problemas, sino en hacer callar a quienes los plantean.
Por consiguiente, Manolo, no me negarás que aquí, como en toda España, la política es tenida como el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa. Y, desde luego, mucha razón llevaba Francisco Álvarez Cascos cuando nos dijo que los poderes públicos tienden a protegerse más a sí mismos que a la sociedad, a la que deberían servir siempre.
Cuando mi amigo decidió que ya había hablado bastante, y guardó el correspondiente silencio, a mí se me ocurrió, y no sé por qué motivo, requerir su opinión acerca de Salvadora Mateos. Y su contestación fue la siguiente: "El nombramiento de esa señora, como delegada del Gobierno, ha sido un soplo de aire fresco para esta tierra".
Pero no olvides que yo -mi amigo continuó hablando- también he sido testigo de muchos años de vida política ceutí, y estoy en posesión de una crónica riquísima de estas actitudes. Posturas de políticos que han medrado a costa de decirnos que todo lo hacían por el bien de la ciudad y de su gente. Políticos dispuestos a poner contra las cuerdas a cualquiera que se atreviera a denunciar sus malas prácticas. Porque gobernar, querido Manolo, no consiste en resolver problemas, sino en hacer callar a quienes los plantean.
Por consiguiente, Manolo, no me negarás que aquí, como en toda España, la política es tenida como el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa. Y, desde luego, mucha razón llevaba Francisco Álvarez Cascos cuando nos dijo que los poderes públicos tienden a protegerse más a sí mismos que a la sociedad, a la que deberían servir siempre.
Cuando mi amigo decidió que ya había hablado bastante, y guardó el correspondiente silencio, a mí se me ocurrió, y no sé por qué motivo, requerir su opinión acerca de Salvadora Mateos. Y su contestación fue la siguiente: "El nombramiento de esa señora, como delegada del Gobierno, ha sido un soplo de aire fresco para esta tierra".
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