A veces pienso que la mujer, aunque no se diga feminista, tiene un pronto en el alma, en el corazón que le hace defender los derechos de la mujer. Y los hombres, por muy liberales e igualitarios que sean, siempre tienen un ápice de machismo. Incluso el menos machista tiene un ápice de machismo. Así respondo a la pregunta que me hace al respecto una mujer con quien suelo hablar cada vez que coincidimos. La cual contesta clavando en mí sus ojos verde mar: "A pesar de tus muchos años, Manolo, sigues siendo soniqueador capaz de atontar a cualquiera con tus palabras". Mujer inteligente; pues ella sabe que hay momentos en los que uno necesita el halago para tomar impulso.
A propósito, dice mi interlocutora, leí, apenas hace unos días, lo que escribiste acerca de una compañera de trabajo en la Base Naval de Rota, nacida en Nueva York, cuya voluntad de hierro por aprender el vocabulario andaluz era evidente. ¿Me la puedes describir físicamente? Yo la recuerdo así, a pesar de los muchos años transcurridos. Tenía ojos color castaño. Era guapa, pelirroja, creída, veleidosa, orgullosa, enamoradiza, sagaz. Y muchas más cosas. Sería poco galante, querida amiga, mencionar su edad. Pero es que se impone decir lo siguiente: incluso a punto de jubilarse era capaz de flirtear. Amaba París, donde también vivió, pero odiaba al narigón; que así llamaba ella a Charles de Gaulle.
Cuando converso con mi amiga, siempre sucede lo mismo: que el tiempo transcurre sin que ambos nos demos cuenta, y pasamos de un asunto a otro como si tal cosa. Y salen a relucir los problemas que acarrea el no dormir bien. Quién no ha pasado por momentos en los que le ha costado lo indecible conciliar el sueño. Y se sincera conmigo: "A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en la cama. Estoy desasosegada, como impaciente, y cualquier ruido me sobresalta: ya sea el crujir de un mueble, una puerta que se cierra con estrépito, unos pasos en la calle... Ni siquiera una valeriana me ayuda a descansar". Y yo le recomiendo un remedio para combatir el siempre indeseado insomnio. Y mi amiga se ríe por lo bajini.
De la conciencia, esa facultad considerada como censor de los propios actos, le cuento yo a mi amiga que siempre me asalta todas las noches durante diez minutos, al menos, antes de pegar el ojo. Y a veces me hace pasar gran parte de la noche in albis. Y hasta te puedo decir que lucho sinceramente con ella. Pero he terminado por asumir que sólo para los débiles la conciencia es un obstáculo; el fuerte se libera fácilmente de toda clase de escrúpulos y pone su energía y voluntad al servicio del objetivo que persigue. Quizá le ocasione un par de noches de insomnio y si en algún momento se siente realmente dominado por los escrúpulos de conciencia, jamás sucumbe a ellos, sino que, por el contrario, continúa su vida impelido por el mismo impulso de siempre.
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