Entre los setenta y los ochenta del siglo pasado se hablaba ya con insistencia de la necesidad que había de acabar con el machismo imperante. Y un conocido mío, curtido en toda clase de batallas, que gustaba mucho a las mujeres y que vivía a lo grande por contar con amigos riquitos que necesitaban de sus consejos, se expresó así un día en el cual se opinaba al respecto en una sobremesa.
El machismo se irá diluyendo el día en que las mujeres pongan en práctica las libertades adquiridas educando de un modo diferente a sus hijos en lugar de enderezar tardiamente a sus maridos. No olvidemos -continuó diciendo mi conocido- que los niños han estado creciendo bajo unas normas que les recordaban a cada paso.
"Si sabes callarte cuando sufres o tienes dificultades... Si te burlas de lo que los demás piensan de ti y dicen a tu espalda... Si evitas llorar en público. Si puedes tener problemas de dinero y complicaciones profesionales y no caer en la depresión, tú serás un hombre, hijo mío. Es decir, ser esa clase de hombre era el no va más para las madres y no creo que a estas alturas haya cambiado nada".
Y, a renglón seguido, nos contó una anécdota de un torero llamado Antonio Reverte. Toreaba en Granada el famoso espada sevillano, espejo de toreros valientes. En el último toro de la corrida, después de una valerosísima faena de muleta y cuando se disponía a entrar a matar, cayó en los pies del popular diestro una flor arrojada por mano de mujer. Reverte bajó el brazo que sostenía el estoque y a un metro de los pitones se agachó para coger de la arena la flor, siendo volteado varias veces por el astado, aunque sin herirle.
Reverte consiguió segundos después una estocada en los hoyos de las agujas, de la que el toro rodó sin puntilla. Entre los aplausos del público se dirigió a la capilla del coso y luego de rezar dejó en el pequeño altar la flor que pudo costarle la vida. Cuando se montó en el coche que habría de conducirlo a la fonda, su banderillero de confianza le reprochó la temeridad que había cometido, contestándole Reverte:
-Si yo no hubiese cogido la flor, hubiera quedado como un cobarde, y a los cobardes no les arrojan flores las mujeres.
Actualmente, esa forma de pronunciarse, por parte de cualquier artista, habría desatado muchísimos reproches... Inconcebibles en aquella época ya tan lejana. Donde el hecho de ser muy hombre era un mérito indiscutible. Y, por tanto, da pie a la pregunta: ¿siguen las madres sobreprotegiendo a los hijos?
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