Entre las diez mil neuronas que según don Ramón y Cajal perdemos cada día no están las de mi memoria, que es -toco madera- bastante buena, todavía. Gracias a ella sigo recordando yo los primeros consejos que nos daba el entrenador correspondiente a nuestra etapa juvenil en el equipo de mi pueblo.
Empezaba por explicarnos que jamás un portero debía cederle el balón a un compañero cerca del área propia y mucho menos si éste no estaba situado en condiciones de ver la posición que ocupaban los rivales. Incluso hacía hincapié en lo siguiente: aun siendo posible arriesgar con un saque para salir con el balón controlado, lo ideal era conocer al compañero más dotado para llevar a cabo esa acción. Y, desde luego, nunca por el centro.
Fue lo primero que me vino a la memoria nada más ver la acción desproporcionada cometida entre Sergio Rico y Éver Banega. De la cual se aprovechó Diego Costa, siempre acechante, para marcar el primer gol del Atlético de Madrid en el Sánchez Pizjuán. Error garrafal que dejó a todo el equipo hispalense tocado de un ala.
Desde ayer por la noche se vienen preguntando quienes chamullan de fútbol cuál de los dos protagonistas de la pésima jugada es más culpable. Pues bien, los dos. El portero tenía una visión extraordinaria de cómo estaban situados Gabi y Diego Costa. Y también era consciente de que su compañero Banega, por mucha calidad que atesore, al estar dándole la espalda al campo contrario, había de salir del compromiso mediante un regate. De modo que cometió una patochada al acceder a la petición del jugador argentino.
El proceder de Banega, aunque tras la clamorosa pifia fuera a disculparse ante la figura desolada de su compañero Rico, no tiene la menor excusa. Ya que los grandes jugadores y él lo es, sin duda, han de medir los riesgos que asumen y sobre todo es improcedente perderle la cara a sus rivales. Lo cual no deja de ser un síntoma evidente de superioridad manifiesta. Y que se suele pagar muy caro.
Sergio Rico, poco habilidoso con los pies, ya las pasó canutas durante la etapa de Sampaoli. Dado que éste lo obligaba a desenvolverse como un jugador de campo. Y el buen guardameta parecía un flan. Es el mismo caso que le está pasando a su homólogo del Betis. Un Adán cuyo rostro refleja el ataque de nervios con el cual se mantiene bajo los palos, debido al estilo de juego que le exige su entrenador: Quique Setién. Quien insiste en mantenerlo y no enmendarlo.
Ahora bien, lo que me resulta extraño es que Vincenzo Montella les permita semejantes desatinos a sus jugadores en lugares calificados como peligrosos. Y por tanto subrayados en rojo. Cuando todos sabemos que los técnicos italianos suelen distinguirse por su sentido de la practicidad. En fin, que tanto Sergio Rico como Adán van a terminar la temporada, si sus entrenadores no lo remedian, tan deprimidos como para tener que ponerse en manos de un psicólogo.
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