Desorden, desbarajuste, desorganización, caos defensivo en el Madrid. El primer culpable de semejante desastre es Zinedine Zidane. Por algo que es axioma: los entrenadores son los encargados de esa disciplina. Porque de él dependen los marcajes, las coberturas, las vigilancias, las ayudas... De todo eso ha carecido su equipo. Ejemplo: cada saque de esquina contra el Levante ha sido ocasión de gol para los levantinos. Pero el entrenador madridista ni se ha inmutado viendo con qué desatino actuaban Ramos, Marcelo y Casemiro.
El gol de Ramos a los 11 minuto, tras un remate de cabeza que era parable, pero que el cruce de Benzema ante Olier hizo que éste errara, no debe servir de tapadera, una vez más, al calamitoso partido que ha jugado el de Cama. Morales, a pesar de sus años, aun cuando su equipo no hacía nada a derechas, era el único que sabía que la banda izquierda del Madrid era un coladero por el cual había que adentrarse hasta los dominios de Keylor Navas. Y su insistencia propició que Boateng empatara en el 42'.
En la segunda parte, los azulgrana salieron convencidos de que podían ganar. Y su rendimiento fue mejorando a medida que corrían los minutos. Mientras que al Madrid lo sostenía Modric: pletórico de juego y convencido de que para ganar había que correr y dejarse la piel en el campo. Pero de nada valía su ejemplo. Puesto que la suficiencia de Sergio Ramos, incumpliendo continuamente su cometido como defensa, siguió dándole ánimos a sus rivales.
La entrada de Isco para sustituir a Bale -que da la impresión de estar otra vez pensando en sus dolencias- le sirvió para enviar a la red un pase preciso de Benzema. Y lo hizo desde esa posición de mediapunta que es el único sitio en el cual podría jugar con más garantías de rendimiento. Pero los males del Madrid seguían siendo evidentes. Incluso me atrevo a decir que Ramos, Marcelo y Casemiro seguían haciéndolo peor que peor.
Y a mí me venía a la memoria lo fácil que era para ZZ poner orden y concierto en su equipo. Prohibir que a los saques de esquina subieran al remate muchos jugadores sin dejar atrás ese escalonamiento de futbolistas que la situación estaba pidiendo a gritos, ante un rival que nada tenía que perder y mucho que ganar. Pues bien, el técnico francés parecía un espectador, asistiendo al desarrollo de un partido en el cual no le iba nada. Decidió hacer los cambios de costumbre.
Empató el Levante. Claro que sí. Y además con merecimientos. Es decir, el gol de Pazzini en el 88' fue el premio a la labor de un equipo modesto que sabía, como lo sabe todo el orbe futbolístico, que Ramos y Marcelo forman una pareja cuya anarquía defensiva puede ser aprovechada en cualquier momento. Ambos juegan a su aire. Y se lo permiten. En el París Saint Germain deben estar frotándose las manos.
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