Cada vez que Juan Vivas y Juan José Imbroda se citan en Málaga para intercambiar pareceres relacionados con asuntos que redunden en beneficio de las ciudades donde son principales autoridades, a mí me agrada escribir del primero. Por razones obvias: es quien más me interesa y sobre todo porque lo conozco desde que era veinteañero. Así que aprovecharé la reunión para volver a insistir en algo que no deja de llamarme la atención. Aunque no tenga nada que ver con ese encuentro habitual.
Se trata del siguiente fenómeno: el agudo contraste entre la hiel de hogaño y la miel de antaño que forma parte de la vida política de nuestro alcalde. Y creo que no es impropio traer ahora a colación el derroche de nata y merengue que todos los medios, todos sin excepción, prodigaron a este hombre mientras que Antonio Sampietro era sambenitado. Y lo fue, parece mentira, por los mismos que meses antes lo habían alabado hasta la náusea para lograr ese empleo que no eran capaces de obtener por sus conocimientos. Al margen de las prebendas obtenidas por muchos otros.
Los aduladores de Juan Vivas no cesaron de decirnos que personificaba la educación y el buen talante. Que era atento y simpático a raudales. Que gozaba de un encanto indescriptible. Y, por si fuera poco, los había que hasta nos contaban que el aliento le olía a rosas y los pies a jazmín. Despreciable pasteleo que se ha venido manteniendo durante años, muchos años. Hasta el punto de convertir al personaje en semidiós intocable. Eso sí, a quienes osábamos cuestionar tantos halagos nos llamaban de todo.
Quien escribe, además de soportar estoicamente persecuciones, tiene archivado en la sesera los conflictos que ha debido afrontar por no formar parte de ese coro inmenso de elogiadores que siguen disfrutando de los beneficios que reportan estar integrados en tan cómoda y rentable asociación. Pertenencia que exige expresarse así ante quien corresponde: "A mandar, señor, que para eso estamos". Aunque luego, los tales, que yo los conozco, rindan pleitesía a Juan Luis Aróstegui. Porque todos ellos están convencidos de que el Partido Popular no merece más que extinguirse en las urnas.
Lo de Aróstegui y sus buenas relaciones con los medios de comunicación no es nuevo. Es algo que data de los años en que Vivas era nada más y nada menos que un funcionario conocedor de la vida y milagros de los políticos. Y, claro, saber es poder. Aróstegui y Vivas eran ya amigos desde que vestían pantalones cortos. Y ambos, aunque son diametralmente opuestos en muchas cosas, llevan media vida coincidiendo en otras que pasan inadvertidas para cuantos no sepan lo mucho que han trabajado juntos y con verdadero entusiasmo.
Por consiguiente, a ver si los escribidores y opinantes, así como los aplaudidores de Vivas por sistema, caen en la cuenta de que Aróstegui es el enemigo que Vivas necesita para que la gente lo siga votando. Y la razón es bien sencilla: Aróstegui nunca ha sido capaz de lograr el éxito en las urnas ni cuando su partido -el PSPC- manejaba dinero para hacer magníficas campañas. Aróstegui carece de tirón popular. Y él lo sabe. Como también sabe lo bien que le irá si sigue acordando la política de Ceuta al alimón con el actual alcalde. Aunque en los plenos parezca ser don Quintín el amargao.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta mis escritos ,pero desde el respeto.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.