Cada vez que me toca hablar de fútbol y se me pregunta por el mejor jugador del mundo o por el mejor presidente que yo haya tenido durante tantos años ejerciendo la profesión de entrenador, inmediatamente saco a relucir dos nombres: Alfredo Di Stéfano y Francisco Ferrer Palacios. En cuanto a don Alfredo voy a ser tan claro como conciso. Debido a que yo lo vi jugar innumerables veces en el Bernabéu.
En mis conversaciones con Francisco Lesmes Bobet, conocido artísticamente como Lesmes I, cuando llegaba a Ceuta, procedente de Valladolid, para visitar a sus familiares, siempre salía a relucir Di Stéfano. Y Paco Lesmes se expresaba así. "Cuando me tocaba enfrentarme a él no pegaba ojo la noche anterior al partido. Pues tanto el entrenador como yo teníamos las mismas dudas: seguirle por todo el campo o esperarlo unos metros por delante del área nuestra. Y las dudas nos impedían tomar la decisión correcta".
A mí me encantaba recordarle a Paco Lesmes lo siguiente: Di Stéfano, jugando como delantero centro falso o flotante, puso en entredicho a los centrales que actuaban atrincherados al borde del área grande. Con lo cual el astro argentino no sólo ayudaba a su medio campo en tareas ofensivas y defensivas, sino que hizo pensar a los técnicos de qué manera evitar su libertad de movimientos que le permitía además encajarse en el área rival y marcar muchos goles.
Y el primero que acertó fue Carlos Iturraspe. Entrenador del Valencia. Y lo hizo de tal guisa: prescindiendo del central y colocando a Mangriñán, centrocampista correoso, disciplinado y marcador implacable, encima de él. Ganó el Valencia. Y los entrenadores aprendieron la lección. Di Stéfano cambió el fútbol. E Iturraspe demostró de qué manera se podía contrarrestar esa manera de jugar.
Francisco Ferrer Palacios ha sido el mejor presidente que yo he tenido durante mis muchas temporadas ejerciendo como entrenador. Creo, además, que en El Puerto de Santa María, su pueblo y el mío, nunca han sabido reconocerle la extraordinaria labor que realizó al frente del Racing Club Portuense. Pero esa es una cuestión de la que no me toca opinar hoy. Cuando se me pregunta por él, que no son pocas veces, yo suelo hacerle la etopeya de carrerilla.
Paco es inteligente, conversador ameno, hombre muy educado, y maneja la burla fina con buenos propósitos. En fin, me imagino que ya lucirá una calva total, morena y estética, y seguirá dando pruebas evidentes de que es todo un caballero. Por ser de tan buena condición, el Portuense, presidido por él y entrenado por mí, no logró ganar en Vall de Uxó en mayo de 1980. Por lo que no se ascendió a la entonces nominada como Segunda División A.
Una derrota, inmerecida a todas luces, por causas extradeportivas, que evitó el ascenso de un equipo modesto que había encandilado con su juego. En mi caso, me quedé sin entrenar en Primera División por algo tan simple: el presidente que quería ficharme contaba con el ascenso del Portuense para presentarlo ante su afición como un gran logro de su entrenador. Indudablemente, ese presidente carecía de valor...
Francisco Ferrer Palacios supo, también, rodearse de directivos tan competentes como magníficas personas. Lo que prueba su capacidad de mando. Así que los voy a mencionar: Alfonso Carreto, Manolo Toimil, Bartolomé Domínguez, Antonio Miranda, Víctor Martínez, Daniel Otero y, cómo no, Antonio Carbonell. Deben perdonarme si acaso me dejo a alguien en el tintero.
En mis conversaciones con Francisco Lesmes Bobet, conocido artísticamente como Lesmes I, cuando llegaba a Ceuta, procedente de Valladolid, para visitar a sus familiares, siempre salía a relucir Di Stéfano. Y Paco Lesmes se expresaba así. "Cuando me tocaba enfrentarme a él no pegaba ojo la noche anterior al partido. Pues tanto el entrenador como yo teníamos las mismas dudas: seguirle por todo el campo o esperarlo unos metros por delante del área nuestra. Y las dudas nos impedían tomar la decisión correcta".
A mí me encantaba recordarle a Paco Lesmes lo siguiente: Di Stéfano, jugando como delantero centro falso o flotante, puso en entredicho a los centrales que actuaban atrincherados al borde del área grande. Con lo cual el astro argentino no sólo ayudaba a su medio campo en tareas ofensivas y defensivas, sino que hizo pensar a los técnicos de qué manera evitar su libertad de movimientos que le permitía además encajarse en el área rival y marcar muchos goles.
Y el primero que acertó fue Carlos Iturraspe. Entrenador del Valencia. Y lo hizo de tal guisa: prescindiendo del central y colocando a Mangriñán, centrocampista correoso, disciplinado y marcador implacable, encima de él. Ganó el Valencia. Y los entrenadores aprendieron la lección. Di Stéfano cambió el fútbol. E Iturraspe demostró de qué manera se podía contrarrestar esa manera de jugar.
Francisco Ferrer Palacios ha sido el mejor presidente que yo he tenido durante mis muchas temporadas ejerciendo como entrenador. Creo, además, que en El Puerto de Santa María, su pueblo y el mío, nunca han sabido reconocerle la extraordinaria labor que realizó al frente del Racing Club Portuense. Pero esa es una cuestión de la que no me toca opinar hoy. Cuando se me pregunta por él, que no son pocas veces, yo suelo hacerle la etopeya de carrerilla.
Paco es inteligente, conversador ameno, hombre muy educado, y maneja la burla fina con buenos propósitos. En fin, me imagino que ya lucirá una calva total, morena y estética, y seguirá dando pruebas evidentes de que es todo un caballero. Por ser de tan buena condición, el Portuense, presidido por él y entrenado por mí, no logró ganar en Vall de Uxó en mayo de 1980. Por lo que no se ascendió a la entonces nominada como Segunda División A.
Una derrota, inmerecida a todas luces, por causas extradeportivas, que evitó el ascenso de un equipo modesto que había encandilado con su juego. En mi caso, me quedé sin entrenar en Primera División por algo tan simple: el presidente que quería ficharme contaba con el ascenso del Portuense para presentarlo ante su afición como un gran logro de su entrenador. Indudablemente, ese presidente carecía de valor...
Francisco Ferrer Palacios supo, también, rodearse de directivos tan competentes como magníficas personas. Lo que prueba su capacidad de mando. Así que los voy a mencionar: Alfonso Carreto, Manolo Toimil, Bartolomé Domínguez, Antonio Miranda, Víctor Martínez, Daniel Otero y, cómo no, Antonio Carbonell. Deben perdonarme si acaso me dejo a alguien en el tintero.
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