Tenemos invitados en casa. Un matrimonio amigo. Durante la comida se habla de fútbol. Y se me pregunta por qué todas las declaraciones de futbolistas y entrenadores son idénticas o muy parecidas. Y les digo que en el mundo del fútbol reina la hipocresía. De ahí que muchos futbolistas y entrenadores suelen decir lo contrario a lo que piensan para evitar problemas. La sinceridad está castigada. En cambio, la humildad fingida sigue en alza.
La pareja, como lectores míos que son, me recuerdan lo que yo escribí hace ya mucho tiempo: "Una sociedad de fanfarrones es plausiblemente concebible; una sociedad de humildes sería inhabitable y peligrosísima". Cierto. Frase entresacada de El Cuardeno gris de Josep Pla: escritor catalán, a quien sigo releyendo con enorme interés. Por cierto, os ruego que paséis a mi salita escritorio donde hay algunos pergaminos literarios enmarcados y colgados de las paredes. Y la pareja accede.
Y los sitúo frente a uno que contiene un párrafo que el escritor de Palafrugell le adjudica a Josep Ferrer. "La embriaguez por alcohol hace volver espléndidos a los avaros; da ingenio a los ignorantes; convierte a los egoístas en generosos; hace dilapìdadores a los cortos de mano; buenos a los malos. El hombre más agarrado, el más pasmarote, el pedante integral es capaz, a través del alcohol, de un gesto generoso, de un gesto que, en estado normal, es imposible atribuirle. El alcohol hace posible que salga de nosotros la parte más buena. Y también la más cercana a la realidad de lo que pensamos.
-De acuerdo, dice mi amigo. Pero en el caso que nos ocupa, que es el de la hipocresía de los futbolistas y entrenadores, y tras descartar que puedan llegar bebidos a la cita con la prensa, de qué manera podría lograrse que se desprendieran de la careta dispuesta para simular por sistema.
Yo creo que haciendo uso de la vanidad. Esa vanidad satisfecha por ser deportistas admirados. Ese orgullo que bien administrado y en momentos oportunos es necesario que fluya para responderles a los periodistas que siempre les hacen las mismas preguntas. Preguntas como las que, en su día, se referían a Iker Casillas. Y, claro, las contestaciones eran calcadas. Y pobre de quien dijera lo contrario a lo que deseaba el entrevistador de turno.
En estos momentos, cuando de Casillas sólo se acuerdan Ramos y sus amigos de la prensa, Isco ha ocupado su lugar privilegiado. Y, claro, a ver qué entrenador o futbolista se atreve a decir, cuando se les inquiere al respecto, que nones; que ya está bien de lo que no deja de ser una burda patraña para hacerle el artículo a un protegido de los medios. Los futbolistas y entrenadores, a veces saltan heridos en su amor propio por una nimiedad. En cambio, se dejan usar con fines publicitarios y sin obtener ganancia alguna. Simple y llanamente para que no los pongan a caer de un burro como hicieron, no ha mucho, con Iván Helguera. Por ejemplo.
A modo de epítome, les cuento la siguiente anécdota a mis invitados, ocurrida en 1975, en el Estadio Ramón de Carranza. Jugaban Cádiz-Rayo Vallecano. El entrenador del equipo vallecano era Alfredo Di Stéfano. El viento soplaba con ira. Faltaban pocos minutos para que terminara el encuentro. Mágico González, que apenas había tocado la pelota hasta entonces, disparó desde su casa y con la ayuda del levante y la falta de acierto del guardameta Aramayo, marcó el gol de su equipo.
Asistí a la conferencia de prensa. Di Stéfano llego jurando en arameo. Paco Perea, jefe de deportes del diario de Cádiz, a la sazón, se dirigió al entrenador del Rayo de tal guisa: don Alfredo, "¡vaya golazo que ha marcado El Mágico!". Y don Alfredo respondió lacónicamente: ¡Potra! El periodista insistió. Y la respuesta fue idéntica: ¡Potra! A la tercera vez, dado que PP deseaba que el entrenador del Rayo pusiera por las nubes al extraordinario jugador salvadoreño, Di Stéfano decidió mandar al periodista a los chirlos mirlos. Es decir, allá donde el viento da la vuelta. Y abandonó la sala dando un portazo.
Y los sitúo frente a uno que contiene un párrafo que el escritor de Palafrugell le adjudica a Josep Ferrer. "La embriaguez por alcohol hace volver espléndidos a los avaros; da ingenio a los ignorantes; convierte a los egoístas en generosos; hace dilapìdadores a los cortos de mano; buenos a los malos. El hombre más agarrado, el más pasmarote, el pedante integral es capaz, a través del alcohol, de un gesto generoso, de un gesto que, en estado normal, es imposible atribuirle. El alcohol hace posible que salga de nosotros la parte más buena. Y también la más cercana a la realidad de lo que pensamos.
-De acuerdo, dice mi amigo. Pero en el caso que nos ocupa, que es el de la hipocresía de los futbolistas y entrenadores, y tras descartar que puedan llegar bebidos a la cita con la prensa, de qué manera podría lograrse que se desprendieran de la careta dispuesta para simular por sistema.
Yo creo que haciendo uso de la vanidad. Esa vanidad satisfecha por ser deportistas admirados. Ese orgullo que bien administrado y en momentos oportunos es necesario que fluya para responderles a los periodistas que siempre les hacen las mismas preguntas. Preguntas como las que, en su día, se referían a Iker Casillas. Y, claro, las contestaciones eran calcadas. Y pobre de quien dijera lo contrario a lo que deseaba el entrevistador de turno.
En estos momentos, cuando de Casillas sólo se acuerdan Ramos y sus amigos de la prensa, Isco ha ocupado su lugar privilegiado. Y, claro, a ver qué entrenador o futbolista se atreve a decir, cuando se les inquiere al respecto, que nones; que ya está bien de lo que no deja de ser una burda patraña para hacerle el artículo a un protegido de los medios. Los futbolistas y entrenadores, a veces saltan heridos en su amor propio por una nimiedad. En cambio, se dejan usar con fines publicitarios y sin obtener ganancia alguna. Simple y llanamente para que no los pongan a caer de un burro como hicieron, no ha mucho, con Iván Helguera. Por ejemplo.
A modo de epítome, les cuento la siguiente anécdota a mis invitados, ocurrida en 1975, en el Estadio Ramón de Carranza. Jugaban Cádiz-Rayo Vallecano. El entrenador del equipo vallecano era Alfredo Di Stéfano. El viento soplaba con ira. Faltaban pocos minutos para que terminara el encuentro. Mágico González, que apenas había tocado la pelota hasta entonces, disparó desde su casa y con la ayuda del levante y la falta de acierto del guardameta Aramayo, marcó el gol de su equipo.
Asistí a la conferencia de prensa. Di Stéfano llego jurando en arameo. Paco Perea, jefe de deportes del diario de Cádiz, a la sazón, se dirigió al entrenador del Rayo de tal guisa: don Alfredo, "¡vaya golazo que ha marcado El Mágico!". Y don Alfredo respondió lacónicamente: ¡Potra! El periodista insistió. Y la respuesta fue idéntica: ¡Potra! A la tercera vez, dado que PP deseaba que el entrenador del Rayo pusiera por las nubes al extraordinario jugador salvadoreño, Di Stéfano decidió mandar al periodista a los chirlos mirlos. Es decir, allá donde el viento da la vuelta. Y abandonó la sala dando un portazo.
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