Terreno abonado para el comunismo

Siempre se ha dicho que la tierra de cultivo del comunismo es la pobreza, las desigualdades y los resentimientos que éstas generan. Cuando España, tras una posguerra de hambre, miseria y dolor, fue capaz de hacerse una estructura amplia de clase media, los comunistas se dieron cuenta de que sus ideas estaban desfasadas y por tanto hacer proselitismo de ellas era misión casi imposible. Si bien sería injusto olvidar a quienes, equivocados o no, pagaron bien cara su oposición al entonces poder establecido.

El socialismo asustaba menos. Máxime cuando la generación de sus dirigentes estaba constituida por aquellos chicos universitarios de buenas familias de los años 60. Algunos de ellos aparecían ya enquistados en los propios organismos de la dictadura. Cantaban la Internacional con el puño en alto, complacían al progresismo de la época, animaban a los pobres y a los no instalados con ambiciones, pero no aterraban. 

Los socialistas, por tales cosas, fueron también fáciles para las conversaciones y los arreglos con el centrismo de la Restauración democrática en el poder. Y Santiago Carrillo, con su eurocomunismo de sifón -como decía Emilio Romero-, ayudó a la causa. Se dijo entonces que la izquierda histórica había muerto en países del mundo libre, y que los comunistas eran, ideológicamente, fantasmas del pasado. Aunque seguían siendo la ladilla cojonera del socialismo, empleando contra ellos el habitual tratamiento malicioso.

Socialistas y populares acordaron, durante los Gobiernos de Felipe González y José María Aznar, alianzas con Jordi Pujol y lo convirtieron en un presidente de Cataluña omnímodo. Así que llegó a tener tanto o más poder que Franco. Y dado que él no podía catalanizar España, que ha sido siempre un deseo manifiesto de los prohombres catalanes, todos los días se levantaba dispuesto a meterse con los andaluces. Mientras éstos se cachondeban de sus tiques nerviosos y por tanto involuntarios.

JP es el hombre que ha sembrado en Cataluña el odio hacia España por haber sido tachado de corrupto y perseguido por la Justicia. Y ese odio se convirtió en un deseo vehemente de romperla en mil pedazos. Y lo ha venido intentando desde la sombra y mediante políticos de su cuerda. Más bien ahijados suyos en el arte de mentir y de llevárselo calentito. Los gobernantes españoles, entretanto, se hacían el lipendi.

Los catalanes de Pujol han tenido la suerte de que Unidos Podemos, aprovechándose de la crisis económica y de la corrupción generalizada, emergió en terreno abonado para ponerse de parte de los independentistas. Algo que siempre han hecho los comunistas y los anarquistas distinguidos. Es decir, que son expertos en fomentar la revolución en las nacionalidades que ellos consideran oprimidas. Ahora es Cataluña y después serán el País Vasco y Galicia y para los elementos progresivos y liberales.

En fin, que el comunismo de Pablo Iglesias, nacido para acabar con el PSOE y así llegar a La Moncloa, cree haber encontrado en parte de la burguesía catalana -siempre hipócrita y materialista desbocada-, unida a los anarquistas de la CUP, por más que detesten a sus miembros, la fórmula para echar a Rajoy y tener el camino expedito para convertir España en una inmundicia. Y encima de que las circuntancias les son propicias, resulta que hasta Piqué llora porque guardias civiles y policías cumplieron con sus cometidos. Aun a costa de pasar un mal trance. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad saben que no caminan solas.

Adenda. Luis Companys: el 6 de octubre de 1934 encabezó una sublevación contra el Gobierno central y proclamó el 'Estado catalán' como parte de la República Federal Española. Fue condenado a 30 años de cárcel tras el fracaso de la intentona, y estuvo preso en El Penal de El Puerto de Santa María. ¿Por qué no hacerlo con Puigdemont si se obstina en imitar a su paisano?