Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

jueves, 19 de octubre de 2017

La prudencia excesiva me da repelús

Corren malos tiempos en una España que vuelve a darles la razón a quienes dicen que si bien en las etapas dictatoriales sólo se persigue que el pueblo se despreocupe de la vida pública, en las etapas democráticas, en lugar de educar a los ciudadanos, se los lanza a los uno contra los otros. 

A quien se expresa así, yo le contesto de tal guisa: llevas razón, claro que sí; pero no me negarás que en estos momentos son los catalanes independentistas quienes están provocando que haya deseos de hacerle la competencia a Caín.

Mi interlocutor dice que la sangre no llegará al río porque, además de la Unión Europea, los estadounidenses no consentirían que un país occidental como España, cuya unidad data de 1492, llegue a las manos por culpa de unos políticos mafiosos y que llevan en la masa de la sangre el deseo permanente de destrozar un país que les ha permitido a ellos ser lo que son. Hay más: las tres veces que han intentado dar un golpe de Estado han salido con el rabo entre las piernas.

De acuerdo -le digo-. Pero entonces España contó con las agallas de Lerroux: ministro de Estado. El viejo y corrupto ex emperador del Paralelo decidió enviar el Ejército y acabó en una semana con las pretensiones de los independentistas. Companys, presidente de la Generalidad, en 1934, y sus consejeros, Juan Lluhí y Juan Camorera, dieron con sus huesos en el Penal de El Puerto de Santa María. Mientras José Dencás, diputado de ERC, huía del Palacio de la Generalidad por las alcantarillas. 

Entonces sucedía lo mismo que ahora: Cataluña era un círculo vicioso. Los dirigentes independentistas excitaban a las masas, y las masas desbordaban a sus dirigentes, los cuales tenían que mostrarse más fanáticos para no quedar superados. Con este planteamiento, toda posible solución pacífica quedaba eliminada. Y pronto se demostró que el catalanismo puro tenía pocos militantes.

En fin, querido amigo, me vas a permitir que te diga que nosotros, actualmente, hubiéramos necesitado a alguien como Margaret Thacher. Aquella señora con cuyos cataplines no contaron los argentinos. Porque a mí la prudencia excesiva de Mariano Rajoy me da repelús.


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