El lenguaje publicitario, que tiene una importancia máxima en la comunicación, intenta crear o modificar actitudes de comportamiento. Verdad de Perogrullo. Lo mismo ocurre cuando se habla o se escribe de alguien en los medios de comunicación. Así se gestan los prejuicios. Si alguien me dice: "Fernández es un fascista", y si por mi experiencia previa el término "fascista" me suscita desasosiego, la citada asociación puede conseguir que Fernández me caiga mal". Si tal cosa sucede, me comportaré ante él de modo distinto a como lo haría de no haber escuchado o leído el comentario en cuestión, pese a que, posiblemente, Fernández cuente con centenares de características personales que sí pueden caerme bien".
Lo reseñado es válido en prácticamente todas las situaciones: deportes, teatro, entrega de premios, en el mundo del toro, en la política, etc. Vayamos con el fútbol: si la prensa decide elogiar a una jugador desmedidamente cuando sus actuaciones son buenas, y asimismo lo destaca sin merecimientos, y sobre todo lo disculpa cuando pega un petardo, estamos asistiendo a un trato especial que no tiene sentido si el partido se está viendo por la televisión.
Tratamiento que se conoce como Privilegio. Una odiosa palabra que separa, que divide, que hace distingos entre jugadores y que termina sembrando la semilla de la discordia en la plantilla. Cuyos componentes tratarán de negar, por todos los medios, las desavenencias que se van produciendo. Y que tan bien conocemos quienes hemos sido profesionales del maravilloso deporte que sigue siendo el rey de todos los deportes.
No hace falta mencionar el nombre de uno de los más grandes privilegiados de los medios de comunicación que tuvo el fútbol español hasta hace nada y menos. Pues bien, cuando parecía que el Bernabéu se había liberado de semejante losa, los medios de comunicación no han dudado en crear otro mito a imagen y semejanza de una España cuyo chovinismo futbolístico es estomagante.
El Midas elegido por comentaristas, glosadores, escritores en periódicos y locutores de radio y telivisión, se llama Isco Alarcón. Buen jugador, claro que sí; pues no estaría en el Madrid si no lo fuera. Pero sus carencias, que las tiene, le impiden ser ese futbolista tan completo y extraordinario que preconizan quienes imparten lecciones de fútbol en los medios más importantes de esta nuestra España tan despreciada actualmente por una panda de políticos insensatos con bolsas en los ojos a edad temprana.
Isco, que ya es ducho en estas lides, no debería fiarse ni un pelo de cuantos lo vienen calificando omo taumaturgo -hacedor de cosas maravillosas-. Porque, en cualquier momento y por arte de magia, esos mismos no dudarán en decir que el Madrid no debe estar a expensas del ritmo que marque el jugador nacido en Arroyo de la Miel. Si ello sucede, que sucederá, el aplauso generalizado del Estadio, que es un comportamiento convencional y sinónimo de aprobación de cualquier acción de Isco, y en principio, potente reforzador de su manera de actuar, dará paso a la bronca.
¿Se acuerdan ustedes de Iker Casillas? Por cierto, en el Oporto están ya de él hasta los mismísimos.
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