El buen juego de España frente a Italia está teniendo el eco merecido. Y sobre todo se viene insistiendo en el buen planteamiento diseñado por Julen Lopetegui. Acumulando futbolistas en el medio campo -zona vital- para sembrar todas las dudas posibles entre sus rivales. Las que tuvieron en todo momento sus centrales. Pues tanto Bonucci como Barzagli no supieron nunca de qué manera comportarse ante la avalancha de jugadores hispanos que les llegaba desde todos los rincones del terreno de juego con el balón controlado. Lo cual dejó patente, una vez más, que acumular defensas sin misión concreta es un error incuestionable. Como lo es también, claro que sí, el apostar por un exceso de delanteros. El seleccionador Giampiero Ventura estuvo desafortunado en la distribución de sus jugadores.
Julen Lopetegui tras el partido ha dicho cosas lógicas y por tanto dignas de ser destacadas. Ha sido generoso con Ángel María Villar. Como no podía ser de otra manera. Por una razón elemental: hubiera sido una traición en toda regla hablar mal de una persona que le ha dado la oportunidad de ser Seleccionador de España. También me parece atinado su parecer sobre Marco Asensio. Más o menos ha venido a decir que, afortunadamente, al futbolista balear no le ha afectado lo mucho que se ha venido hablando de sus extraordinarias cualidades. Por más que éstas sean muchas y con grandes posibilidades de poder mejorarlas. No olvidemos que el triunfo es a veces un alcohol nocivo que obnubila la mente de los triunfadores.
En lo tocante a Marco Asensio me da a mí en las pituitarias que sabe perfectamente que nada es posible lograr en la vida sin pasión. Una pasión fría, y no la otra, el fácil apasionamiento, que nos arrebata un momento, y que no ha servido nunca para la obtención de nada estimable. La verdadera pasión, como decía alguien de cuyo nombre ahora no me acuerdo, busca el auxilio de las dos cosas más gélidas que hay en el mundo: la clara reflexión y la firme voluntad. Las que no deben faltar nunca en la carrera de tan grande futbolista. Porque para exagerar, para desorbitar las cosas se bastan y se sobran las mesas de los cafés en torno a las cuales, veinte mil tertulios, desde que el mundo es mundo, se complacen en demostrar todos los hechos y en descoyuntar todas las opiniones.
No he sido yo propenso a dedicarle ditirambos al juego de Isco Alarcón. Hasta el punto de recordar las veces en las que comprendí que se los merecía. Ocurrió frente al Deportivo de la Coruña, Sporting de Gijón y Atlético de Madrid. Partidos correspondientes a la temporada pasada. En tales encuentros el malagueño actuó de media punta, dedicando todos sus esfuerzos y acciones a enlazar con sus delanteros y a ser posible tirar a gol desde la media distancia. Misión en la que brilla con luz propia. Por lo que no necesita que le hagan el artículo. En cambio, cuando le permiten que juegue a su aire, sin limitaciones, hollando espacios que no le pertenecen por sistema, no sólo pierde el oremus sino que se lo hace perder a sus compañeros del Madrid. Ayer tuvo una excelente actuación. Todo principió por incrustarse entre Verratti y De Rossi con el fin de importunarlos. Y porque, salvados tales obstáculos, se encontraba con el camino despejado al estar los centrales italianos pegados a Buffone. De ahí que sea la cuarta vez que yo haya visto a un Isco esplendoroso. Lo que no entiendo -ayer por la noche lo escribí- es por qué frente al Valencia no cumplíó la misma misión ante Kondiogba y Parejo.
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