De higos a brevas suelo sentarme a charlar con él. Cuyo nombre me reservo porque él así lo quiere. Es un tipo conservador, educado, amable y que en su momento, de hace ya bastantes años, estuvo a punto de acceder a la política activa formando parte de un partido localista, necesitado de su bien pensar y de su formación académica. Pero mi amigo decidió, a última hora, no dar ese paso.
Tras los saludos de rigor, al coincidir con él en la Avenida de Martínez Catena, a la que acude para ver si pierde peso, debido a los excesos cometidos este verano que ya está tocando a su fin, le pregunto sobre el problema catalán. Y no duda en responderme con celeridad.
-Mira, Manolo, dicho problema, más bien problemón, guarda relación con la crisis económica y las funestas consecuencias derivadas de ella. Asimismo de la corrupción y de la intolerancia que habita en los partidos. Y, claro está, los dirigentes independentistas, que están siempre al acecho, han aprovechado la ocasión, una vez más, para tratar de romper a una España a la que odian cuando se acuerdan de que sus padres formaron parte de una burguesía tan adicta a Franco cuando les convino.
¿Qué hay, pues, del sentido común de los catalanes?
-Te voy a ser franco -me dice este amigo que suele viajar a Barcelona, cada dos por tres, por motivos profesionales y porque disfruta de lo lindo viendo jugar al Barsa-: dice un catalán muy apreciado por mí, que el catalanismo es economicista, y el clima es bueno cuando la economía es buena, malo, cuando la economía es mala. De ahí que estén dando el espectáculo que están dando.
A mí, la verdad sea dicha -le digo a mi interlocutor-, me están aburriendo los políticos catalanes. No sé a ti...
-Y a mí también, Manolo, a mí también; pero no me han sorprendido. Puesto que el catalán es un ser profundamente aburrido -se aburre y aburre- y sólo se hace interesante y universal cuando está tocado por la tramontana.
Y de la corrupción qué...
-Nada es tan contagioso como el mal que desciende de lo alto, de quienes deberían ser ejemplares, y son, además de corruptos, corruptores. Hasta conseguir, como estamos viendo, que la sociedad, envidiosa desee ser corrompida y admire a los ladrones. Esta respuesta acerca de la corrupción se la oí decir a Antonio Gala, hace ya varios años, y me la aprendí de carrerilla.
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