Ayer estuve tomando el aperitivo con él. A quien
conocí en Andújar cuando los años
setenta estaban tocando a su fin. Manolo Gómez era ya un empresario capaz de ver un duro
allí donde otros ni se enteraban del asunto. Frecuenté su casa y gracias a él
me adentré en muy poco tiempo en la vida de su lugar de nacimiento. MG lleva muchos años viniendo a Ceuta por ser propietario de un tren turístico. Ni que decir tiene que ayer hablamos a
calzón quitado. Y salió a relucir la primera Feria y Fiestas de la Virgen de
África que yo viví en esta Ciudad. Y que él cree recordar.
Fue en
1982. Es decir, que se han cumplido 35 años. Y a medida que le voy contando
escenas de aquel miércoles de feria, MG no cesa de asombrarse de mi
memoria. Capacidad de recordar que fue tachada en su momento como la
inteligencia de los tontos y cuya pérdida ha desembocado en una enfermedad
dañina hasta extremos insospechados.
A mi
amigo Manolo le conté por encima lo
bien que yo me lo pasé en El Hotel La Muralla el miércoles de marra. Se acercó
a mí Marian Hernández para decirme
que Romina Power estaba paseando por
el jardín y que era una mujer espectacular.
Pronto conocí a Albano, quien se acercó al rincón de la
Cafetería y compartió unos minutos de cháchara con Eduardo Hernández y conmigo.
La pareja actuaba esa noche en la caseta de los ejércitos.
Pronto
vimos en la barra a Mari Trini. La
cantautora murciana llegó con el ceño fruncido y poseída por una irritación que
se divisaba a la legua. Su señorita de compañía trataba de calmarla pero no
había manera. Era tal su enfado que al mover su mano derecha con rabia
inusitada, mandó al suelo todo el servicio de la barra que tenía por delante,
ante el gesto descompuesto de mi siempre recordado Alejandro: jefe de barra
especial.
En
aquel momento se sobresaltó Maribel
Ugarte. Esposa de Manolo de Castro.
Funcionario destacado en la Delegación del Gobierno. Quien hablaba y hablaba de
Rafael Sánchez de Nogués y de Juan Vivas. De éste solía
decirnos lo bien que estaba actuando como interventor accidental. Maribel,
en cambio, estuvo sembrada cuando se expresó así: “¡Alejandro, por favor, póngame un jerez para quitarme el susto que
nos ha dado la cantante iracunda!”.
De
pronto apareció Margarita Souviron,
que a la sazón era secretaria del subdelegado del Gobierno. Y todos los hombres
nos quedamos paralizados. También las mujeres acusaron el impacto. Lucía modelo
de colegiala con cuello redondo, lacito y seda a cuadritos. Parecía enteramente
una bibliotecaria. Pero estaba... ¡Qué mujer!...
A Marian Hernández el cabello negro le
colgaba, suelto, en espesa melena. Pero la presencia de Eduardo, su padre, nos colocaba a todos en trance de disimulo. La
llegada de Francisco Fraiz puso,
inmediatamente, la nota política en la reunión: habló de una fotografía del
alcalde con una mona y, a renglón seguido expuso cuatro argucias políticas sin pestañear. Eso sí, Fraiz
tenía encanto para llevarse a la gente de calle. Ahora bien, en cuanto
tocaba poder se convertía en un ser atrabiliario y tronante.
Manolo Gómez, aprovechando una pausa mía, no dudó en preguntarme si en esa
época estaba Miguel Samiñán de maïtre en
el Hotel La Muralla.
Pues claro que sí -le dije-. Pero de Miguel ya te contaré otro día.
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