El día 23 de este agosto que ya está dando las boqueadas, yo le dediqué este espacio a una señora con la que coincidí en la Playa de El Chorrillo. Temiendo excederme me quedé corto a la hora de enumerar sus encantos físicos. Los cuales unidos a su facilidad de palabra me hicieron calificarla de estupenda.
La señora en cuestión dijo llamarse Beatriz, que la nacieron en Salamanca, y se quejaba amargamente de haberse quedado sin su yo. Vamos, que le habían arrebatado la personalidad que hasta entonces la había caracterizado. A su cuerpo, por si usted no lo leyó en su día, lo describí así: es curvilineo, escurridizo y delgado. Luce un talle tan breve que hubiera podido ceñirse a prueba de cinturón, la corona de Carlomagno...
Pues bien, hoy me he cruzado con ella en la plaza de la Constitución y hemos decidido tomar café en sitio adecuado para hablar sin que su presencia acaparara las miradas de hombres y mujeres. Misión imposible. Dado que pronto ocurrió, como no podía ser de otra manera, lo contrario a lo previsto. De modo que nos tocó hacernos los lipendi.
Bien pronto reanudamos la conversación en el punto que la dejamos en la orilla de la playa, el ya reseñado 23 de este mes. Fue Beatriz quien sacó a colación el aburrimiento. Para recordarme que no hay nada peor como un hombre aburrido. A veces no caen en la cuenta de que las mujeres necesitamos que nos distraigan más que nos estén diciendo lo mucho que nos quieren.
Opinión con la que comulgo. De hecho, el hombre trata de combatir el aburrimiento continuamente Y lo hace porque sabe que el tedio es su peor enemigo. Es más, le digo a una Beatriz que me mira fijamente y me oye con suma atención, cuando un señor no encuentra atractivo o interés en lo que le rodea, no es extraño que busque cobijo en el trabajo o en el alcohol. Y hasta no descarto que se vuelva peligroso. Por tal motivo los varones saben sacar ventaja a los juegos mucho más que las mujeres, porque son vitales para ellos.
Beatriz me contesta a media vuelta de manivela. Es decir, que si no os comportáis como niños no sois felices y, naturalmente, tampoco hacéis nada porque lo sea la mujer que esté a vuestro lado.
Puede ser -le respondo-. Aunque también hay mujeres que no se libran del hastío Y cuando eso sucede, lloran, suspiran a cada paso y hasta se les pone la cara de flor chuchurría. Cierto es que con el paso de los años la situación ha ido cambiando para bien, como no podía ser de otra manera. Amén de la incorporación al trabajo, muchas mujeres participan ya en muchas actividades recreativas. Donde se sienten realmente satisfechas.
Insiste Beatriz: "Será así... Pero no hay cosa peor que un hombre aburrido...".
Y a mí me toca cerrar la conversación como buenamente puedo y procurando por todos los medios que Beatriz no me eche un rapapolvo y regrese a su tierra con muy mala impresión de mí. Yo creo que para que las mujeres se sientan felices hay que tranquilizarlas constantemente, felicitarlas, gratificarlas, hacerles cumplidos. Destacar lo bien que se visten y el tipo que lucen. Sin olvidar que las relaciones en el tálamo han de ser gratificantes.
La cara de Beatriz refleja sosiego. Lo cual me tranquiliza. Lo que no le he dicho a la estupenda señora salmantina, por si acaso se me enfada, es que tampoco es fácil ser hombre.
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