Hay un
balcón de mi casa que me permite ver cuanto acontece en la Pista Polideportiva
“Zurrón”. Atalaya desde la cual observo
perfectamente a unos niños que, a pesar
del calor que hace ya a esa hora vaga de mediodía, corren, regatean, chutan,
gritan, celebran los goles, se lamentan... y hasta discuten por lances del juego.
Mientras
disfruto de tales peripecias empieza a carburar mi memoria. La cual me retrotrae a un día de julio de
1982. Y no era un día cualquiera: era el Dieciocho
de Julio. Había llegado yo a Ceuta en el primer barco. En el Hotel La Muralla imperaba el silencio y prevalecía la
luminosidad. Sin tiempo casi para deshacer la maleta me comunicaron desde
recepción que Guillermo Romero me
esperaba en la Cafetería.
Guillermo Romero era el secretario técnico de la
Agrupación Deportiva Ceuta, a quien había conocido un mes antes. Rechoncho y de
aspecto humilde mostraba muchas ganas de paliar con voluntad lo que desconocía
acerca del fútbol. Era además muy criticado por parte de quienes lo
consideraban poco válido para el cargo. De modo que bien pronto decidí ayudarle
hasta donde me fuera posible.
GR se mostraba muy satisfecho esa mañana. No en
vano había conseguido que Jesús Bea,
defensa que había jugado varias temporadas en Primera División, accediera a firmar en la ADC. Máxime cuando era
un fichaje que yo le había encargado desde que decidí entrenar al primer equipo
de la ciudad. El secretario técnico fue mi guía durante unas horas. Así
que me llevó a la Pista Polideportiva ya
reseñada.
El
recinto estaba abarrotado. El sol pegaba fuerte. Caía vertical sobre la pista.
En las gradas se daban cita personas de todas las edades. Deseosas de
presenciar un partido de fútbol-sala. Muy
pronto descubrí entre los participantes a varios futbolistas de la Agrupación Deportiva Ceuta: Lolo y Cerezo eran los más destacados. Comencé a irritarme y, naturalmente, me pregunté: ¿por
qué estos profesionales se exponen bajo un sol inclemente y en un piso de
cemento en el cual se juega sin miramiento alguno?
Me quedé perplejo; pues además me enteré de que Lolo aún se resentía de la fractura de una clavícula operada. Guillermo
Romero carecía de respuestas para explicarme semejante absurdo. Ocasionado,
sin duda, por deficiente organización en el club. A partir de entonces jamás
me defraudó el secretario técnico que me habían asignado. Me fue siempre leal y
desempeñó su cometido con enorme
voluntad.
Hoy,
mientras veía jugar a los chavales en la Pista Polideportiva “Zurrón”, caí en la
cuenta de lo mucho que había hecho Guillermo
Romero por el fútbol local. Por ser un loco –pero no en sentido peyorativo-
del fútbol. Un apasionado de una actividad deportiva mancillada continuamente por algunos
dirigentes faltos de moral y por tanto carentes de toda legalidad. Así que he decidido recordarlo.
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