Desde
la noche de San Juan viene soplando un viento de poniente que enfría las aguas
de una playa a la que acudo cada día a prima mañana para darme un baño que
mantenga mis carnes prietas. Ayer coincidí en El Chorrillo, una vez más, con José
Mancilla. Quien, cuando me vio adentrarme en el mar con tanta diligencia,
me auguró que iba a quedarme como un témpano. Mi amigo hablaba con propiedad. Pues momentos antes le había
tomado la temperatura al agua con los pies.
Tras mi
breve y reconfortante baño me puse a pegar la hebra con él. Y lo primero que
me preguntó es si el Rey Emérito hizo bien en contarles a
sus allegados lo molesto que estaba por no haber sido invitado a la conmemoración
de las primeras elecciones democráticas -celebradas después de la dictadura- en
el Congreso de los Diputados.
Si –le contesté-.
Porque Juan Carlos I quería que toda
España supiera el disgusto que le había causado el desaire que le habían
hecho. Y para ello nada mejor que acudir a quienes tardarían nada y menos en
divulgar lo molesto que estaba. Como así fue. Máxime cuando al frente de los
elegidos estaba Raúl del Pozo. Cuyo
crédito como columnista sigue cotizando en bolsa.
José Mancilla, una vez puestos a charlar de cómo había transcurrido
el miércoles pasado la celebración de las primeras elecciones generales de
1977, quiso saber si era necesario que Felipe
VI se hubiera referido al franquismo… durante su intervención.
-Te
cuento, querido José: “Para muchos
españoles el franquismo es pura historia; para otros muchos es todavía una
mezcla de historia y vivencia, y es muy aleccionador ver cómo las revelaciones
de las memorias personales, de los documentos que se sacan a la luz, en unos
caso confirman y en otros modifican o desmienten ideas que en su tiempo pasaban
por evidentes”.
Pero
hay más, claro que sí; me vas a permitir que haga uso de la memoria, siempre frágil, para intentar ofrecerte
una etopeya de Francisco Franco, de
las de andar por casa. Verás. FF fue un hombre de suerte en grado indecible; la
muerte de Calvo Sotelo, Sanjurjo, Mola y José Antonio
apartó de su camino hacia el poder supremo los rivales más cualificados.
En su
larguísimo mandato no surgió dentro de España ninguna oposición que pudiera
inquietarlo, y cuando los sucesos internacionales llegaron a un punto en el que
parecía imposible que no fuera derrotado, el panorama evolucionó de tal manera
que encontró apoyos inesperados.
Franco
carecía de calor humano; helaba al interlocutor no con la majestad de Felipe II, sino con su frialdad de
pescado. No fue un asceta; con frecuencia abandonaba su mesa de despacho
atiborrada de papeles para dedicarse a la caza o la pesca; su verdadera pasión
era el poder, y lo satisfizo más allá de toda expectativa; hay que remontarse hasta
Felipe II para encontrar otro
personaje histórico que acumulase tanto poder y con tal fruición.
En fin,
amigo José, que no quiero ni
aburrirte ni errar mucho en esta etopeya improvisada. Así que sólo me queda
recomendarte un libro escrito por Antonio
Domínguez Ortiz. Cuyo título es el siguiente: España. Tres milenios de
Historia. Mi amigo Mancilla, por ser persona con grandes
deseos de saber, me dio las gracias.
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