Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

jueves, 20 de julio de 2017

La visita de la UCO acoquina


Que los agentes de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil se presenten en un domicilio para llevarse al inquilino a sus dependencias –con el fin de interrogarle- puede alterar los nervios del más pintado. Es decir, incluso de quien haya presumido de tenerlos de acero. Por más que sepamos que los agentes actuales están suficientemente capacitados para infundirles confianza a los detenidos.

Ayer, precisamente, pude oír en un programa de radio en Andalucía, lo siguiente: Tengo a un amigo que pasó por ese trance y nunca ha dejado de decir que  “Estaba hasta las trancas”.  Frase hecha andaluza y que voy a traducir. Niño que se ha hecho caca y se ha embadurnado con ella. Por similitud, individuo que está agobiado por las deudas u otros conflictos.

Cierto es que mi amigo, dijo el entrevistado, sigue hablando la mar de bien de los agentes de la UCO. Pero tampoco es menos cierto que aún sigue acoquinado. He aquí cómo con dos frases hechas se puede resumir una situación que nadie desea vivir.  Ya sé que ustedes saben sobradamente qué significa acoquinarse. Pero puede que haya alguien que no.

Acoquinarse es un vocablo procedente de Huelva, donde las coquinas y almejas de la orilla cuando baja la marea se esconden bajo la arena para protegerse de sus enemigos depredadores. Significa, pues, hacer lo que la coquina, o sea, esconderse, asustarse, tratar de pasar inadvertido, o simplemente “acobardarse”.

Un gitano andaluz hablaría de canguelo. Miedo. Derivado de “cangui”, recelo. Jindama pura y dura. Es vocablo de uso corriente hasta en personas cultas de Andalucía.  De hecho, yo le he oído decir a un torero de tronío en una tertulia: ¡Qué jindama tenía yo aquella tarde en El Puerto de Santa María!

Por consiguiente, a mí no me extraña que alguien que ha sido visitado por la UCO  se convierta, en un santiamén, en un jindamón capaz de no atreverse ni a salir de noche. Y, claro, quien llega a ese extremo lo que más le conviene es entrar el cuerpo en caja. O sea, volver a recobrar la tranquilidad después del susto. Y dejar de contarnos el cuento del alfajor.






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