Que los
agentes de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil se presenten
en un domicilio para llevarse al inquilino a sus dependencias –con el fin de
interrogarle- puede alterar los nervios del más pintado. Es decir, incluso de quien haya presumido de tenerlos de
acero. Por más que sepamos que los agentes actuales están suficientemente
capacitados para infundirles confianza a los detenidos.
Ayer,
precisamente, pude oír en un programa de radio en Andalucía, lo siguiente: Tengo a un amigo que pasó por ese trance y nunca ha dejado de decir que “Estaba hasta las trancas”. Frase hecha andaluza y que voy a traducir. Niño que se ha hecho caca y se ha
embadurnado con ella. Por similitud, individuo que está agobiado por las deudas
u otros conflictos.
Cierto
es que mi amigo, dijo el entrevistado, sigue hablando la mar de bien de los
agentes de la UCO. Pero tampoco es menos cierto que aún sigue acoquinado. He aquí cómo con dos frases hechas se puede
resumir una situación que nadie desea vivir.
Ya sé que ustedes saben sobradamente qué significa acoquinarse. Pero
puede que haya alguien que no.
Acoquinarse
es un vocablo procedente de Huelva, donde las coquinas y almejas de la orilla
cuando baja la marea se esconden bajo la arena para protegerse de sus enemigos
depredadores. Significa, pues, hacer lo que la coquina, o sea, esconderse,
asustarse, tratar de pasar inadvertido, o simplemente “acobardarse”.
Por consiguiente, a mí no me extraña que alguien que ha sido visitado por la UCO se convierta, en un santiamén, en un jindamón capaz de no atreverse ni a salir de noche. Y, claro, quien llega a ese extremo lo que más le conviene es entrar el cuerpo en caja. O sea, volver a recobrar la tranquilidad después del susto. Y dejar de contarnos el cuento del alfajor.
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