La
moral y la legalidad son nociones diversas, sobre todo si la segunda se
establece y se manipula por quienes quebrantan la primera. Así se lo dije una
noche a Sebastián Alzamora –secretario de la Federación Balear de Fútbol- en su
despacho oficial. Debido a que había cometido una mala acción contra mí. Y, dado que era un tipo convencido de que
estaba siempre en posesión de la verdad, mis palabras le sentaron como un tiro.
Ni que decir tiene que en cuanto pudo me dio otra puñalada trapera.
Sebastián
Alzamora y Pablo Porta –entonces presidente de la RFEF- estaban a partir un
piñón en los años setenta. Como suelen estar siempre los cargos cuyas ansias de poder les predispone a
convertir en basura lo que tocan. Lo
cual resulta todo lo contrario del rey Midas. De
Pablo Porta no tengo el menor inconveniente en redoblar el tambor. Dijo a voz
en grito que yo era el mejor ejemplo para el fútbol español. Debido a mi extraordinario
comportamiento ante un intento de soborno en la temporada 75-76. No dudó en ponerme en los cuernos de la luna.
Pronto sonó el teléfono de las oficinas del Luis Sitjar. Y la
secretaria, María José Turró –hija del mítico jugador y entrenador Jaime Turró, que además era mi ayudante-, me comunicó que quien estaba al aparato era don Pablo Porta: Presidente de la Real Federación Española de Fútbol. Subí
con celeridad lo escalones
conducentes desde el césped a la primera planta donde se hallaban las oficinas. Convencido de que iba a ser felicitado por don Pablo
Y, nada más decir hola que tal…, recibí esta
bocanada de aire fétido: “De la Torre, calladito habrías estado mejor. Así que estoy en condiciones de asegurarte que nunca entrenarás en Primera
División. Y algo más: lo vas a tener muy
difícil a partir de ahora como entrenador”.
Una
hora más tarde la bella María José volvió a decirme que al aparato se
encontraba José María García. Acudí presto otra vez para hablar por teléfono. El
gran José María me pidió que le contara en exclusiva todo lo que había ocurrido. Y así lo hice en su programa de la noche. A cambio de ello me dijo si me apetecía entrenar al Cádiz. Le contesté que sí. Pronto me enteré de que me había mentido.
La
suerte quiso que, pocos días después, coincidiéramos en el Hotel Meliá de
Madrid. Cuando allí se celebraban los plenos de la Real Federación Española de
Fútbol. Y le dije de todo menos bonito. Debo decir que García aguantó el
chaparrón sin decir ni mu. Ante la atenta mirada de un paisano mío con mando en
el hotel.
Luego,
al cabo de los años, y cuando yo ya había vuelto a fiarme de los cargos
federativos, me topé con uno tan fulero como para decirme que hablaba con Dios
todos los días y fiestas de guardar. Y me llevó al huerto. Uno es así de
sentimental. Por lo que no dudé en decirle muchas
veces a Antonio García Gaona, por escrito, desde el primer día que fue
presidente de la FFCE, que metiera
la linterna en la sede federativa. Y que
encargara una auditoría como mandan los cánones.
Pero AGG, todo compungido, respondía
siempre lo mismo: “Yo no le puedo hacer eso a quien he querido como a un padre". Ahora, cuando está siendo investigado, le digo a García Gaona que mi mayor deseo es que salga ileso de tan penoso trance. Aunque sea gracias a los cambios producidos en el artículo 9 de los Estatutos de la Federación. En su momento.
Frase
Un investigado no tiene por qué ser culpable de unos hechos que se le están imputando.
Frase
Un investigado no tiene por qué ser culpable de unos hechos que se le están imputando.
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