Arjanda Walbanda Lalvani -uno de los mejores presidentes
que ha tenido el primer equipo local, entre otras razones porque pagaba puntualmente- me citó en su despacho un día de junio de 1984. Acudí
presto a su llamada, dada las buenas relaciones que manteníamos. Lo primero que hizo Arjanda fue preguntarme si
era verdad que estaba dispuesto a dejar el fútbol. Le dije que sí. Y me puso al
tanto de que el presidente de la Unión Deportiva Melilla quería entablar
conversaciones conmigo. No dudé en repetirle que ejercer de entrenador no
entraba ya en mis planes.
Fue
entonces cuando me dirigí a él para preguntarle en qué condiciones me dejaría
hacer usufructo del Pub Tokio. Negocio
que había ido a menos y que le estaba ya costando dinero. Y Arjanda expuso sus exigencias en un santiamén:
"Deberás pagarme doscientas mil pesetas mensuales, y
además hacerte cargo del empleado
que está al frente del establecimiento. Nos dimos la mano y sanseacabó.
Lo
primero que hice es hablar con uno de los dueños del edificio. Para que me
cediera un agujero inmundo, según se salía a la derecha del establecimiento,
con el fin de construir un quiosco. Obra que me costó mucho dinero. Amén de
tenerle que pagar al citado propietario cien mil pesetas mensuales por el
alquiler de aquel tugurio convertido en una higiénica cocina. A tan
cuantiosos gastos había que sumarles sueldos de tres empleados, impuestos y
seguridad social. Yo recuerdo que una vez, hablando con los hermanos Azcoitia -es decir, con Eulogio, Santiago y Javier, proveedores míos, que estaban enterados de los gastos-, no dudaron en
decirme que yo tenía un valor desmedido.
El Pub Tokio comenzó a funcionar muy bien.
A las cinco de la tarde el local se
llenaba de soldados de reemplazo. A quienes tratábamos de maravilla en todos
los aspectos. Luego, cuando éstos desfilaban hacia sus cuarteles, se limpiaba
todo el establecimiento. Antes de que
volviera a estar abarrotado por medio de empleados de bazares y propietarios.
Así hasta que muy de noche aparecían los noctámbulos por excelencia. Tamaño éxito hizo posible que a mí me diera por contribuir económicamente al mantenimiento de un equipo de fútbol sala y de balonmano. Incluso organicé tertulias políticas en el segundo piso, asumiendo los gastos.
Ni que
decir tiene que el montaje de la terraza, debido a que la cocina respondía,
fue un rotundo éxito. Si bien hubo que contar con más empleados. Los clientes
del Tokio, salvo raras excepciones, en aquellos 80 difíciles, nunca me dieron
problemas. Tomar una copa en el Tokio
era sinónimo de tranquilidad. Por más que la clientela fuera variopinta. Si bien
recuerdo a un tipo que presumía de ser un buen empresario,
cuando no dejaba de ser un comerciante de poca monta, cuya presencia en el
establecimiento causaba inquietud. Era conocido
en todos los sitios porque beber le sentaba muy mal. Tan mal que al segundo
trago ya estaba metiendo la pata. Se mostraba insolente. Y causaba problemas.
Una
noche conversaba yo con una señora que regentaba un negocio. La cual, en
cuanto vio entrar al sujeto de marras, se dio el piro. Al día siguiente quise saber del asunto. Y me dijo que
aquel tipo era de los que acudían a su casa -borracho- y le daba por hacer
comedor con las muchachas. Con el único fin de insultarlas, zaherirlas y humillarlas. Cierto
es que pagaba por semejante divertimento. Porque otra cosa le era imposible
hacer. A veces, veo a ese Fulano y compruebo que sigue teniendo malasombra. Pobre hombre. No deja de ser la viva estampa de Don Quintín el amargao.
Frase
Alguien dijo que hombres así tal vez desciendan del cerdo.
Frase
Alguien dijo que hombres así tal vez desciendan del cerdo.
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