Conocí
yo a un jesuita, tan misericordioso como inteligente, cuando mi adolescencia
apenas había dado señales de vida. El
cual, cada vez que pedía a los ricos, siendo él de familia acomodada, lo
primero que solía decir es que los donativos no eran para la iglesia sino para
los muchos pobres que había en una España en la que el posibilismo ayudaba a
muchos padres de familia a salir adelante. Aunque tuvieran que hacer de tripas
corazón.
El
jesuita era tenido por comunista. Lo cual no le impedía entrevistarse
con Franco a fin de obtener ayudas
para sus escuelas. Era más del Madrid que Bernabéu y se sentía tan español como
para responder a derechas e izquierdas. Tenía un olfato especial para distinguir a los convencidos de que habían
nacido para pasar a la posteridad por su forma de proceder. Ni que decir tiene que a Pablo Iglesias, por ejemplo, lo habría etiquetado en un amén.
El
jesuita, cuando decidía reunirse con los directores de las escuelas que estaban
bajo su supervisión, era tan ameno como didáctico. Eso sí, una vez que daba por
finalizados los acuerdos correspondientes a la obra educativa, trataba por todos
los medios de convertir la reunión en una tertulia en la cual podía hacerse patente
la libertad de expresión. Sabedores todos los presentes que lo expuesto allí tenía condición de
información clasificada.
Un jesuita colombiano, que llegó a España cuando los cincuenta estaban dando las boqueadas y fue invitado a una de esas reuniones presididas por mi querido director de las escuelas, quiso discutir con los allí reunidos sobre sus propios asuntos de la guerra y la posguerra. Sin percatarse de que no es juicioso discutir con los españoles acerca de ello. Y cometió el error de expresarse así:
-Si los militares y la Falange no se hubieran alzado en julio de 1936 y desde el primer día no hubieran iniciado el holocausto de muertes, ninguna de aquellas terribles cosas habría sucedido.
La
contestación fue tan rápida como contundente: “Si en 1931 no se hubieran
quemado muchas iglesias. Y en 1934 no se hubieran alzado los mineros
asturianos, a lo mejor no se habría producido
el enfrentamiento fratricida”.
Y así, de no haber guardado un respetuoso silencio el jesuita invitado, colombiano él, se habría ido retrocediendo en la historia hasta las Guerras Carlistas y la Constitución de Cádiz, con un acto de provocación conduciendo inevitablemente a otro.
Quizá
algún día los españoles se den cuenta de que a
largo plazo se pierde más en las luchas que en los compromisos, y vean que cuanto más grande es la victoria hoy
mayor será la derrota mañana. Un escritor inglés, cuyo amor a España era
evidente, dijo en su día: “No hay ningún péndulo tan monótono como
el español”. Aún no había nacido Pablo Iglesias.
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