De Antonio
Martín, propietario del Estanco San Martín, domiciliado en El Sardinero, he
escrito yo en varias ocasiones, pero no me importa volver a mencionarlo, ya que
se merece la insistencia, sobradamente. No sólo por su amabilidad sino
porque como lector mío tiene el detalle de entregarme, cada dos por tres,
páginas escritas por mí, en El Pueblo de Ceuta, que él fue coleccionando.
AM me ha obsequiado hoy con cuatro páginas publicadas en el 2012,
dedicadas a una sección titulada Miscelánea Semanal, que me han permitido
recordar los malos momentos vividos en ese tiempo. Quizá los más duros del
periódico en su enfrentamiento con el
Gobierno de la Ciudad desde hacía ya mucho tiempo.
De ese
tiempo, debido a mi compromiso con el editor, me consta que yo
estaba solo frente al peligro de los políticos que se rebelaban diariamente
contra lo que yo escribía en la contraportada de El Pueblo de Ceuta. Opinión
que era tan leída como para que sus seguidores dijeran que el periódico se leía
por detrás. Dicho que me ocasionaba más daño que beneficio.
Yo aceptaba con buen talante que los políticos criticados acerbamente me negaran la palabra, bisbisearan maldades, tras cruzarse conmigo, o
trataran por todos los medios de que el editor del periódico prescindiera de mis
servicios. Lo anormal hubiera sido un comportamiento diferente. Pero debo decir
que afronté aquel calvario con
estoicismo. Aunque ese valor sereno me servía también para calibrar el poder que
tenían mis reprendidos.
Pues
bien, nada de eso me arredraba. Lo que solía sacarme de quicio era el
comportamiento de algunos periodistas que fueron desfilando por El Pueblo de
Ceuta y que jamás se atrevieron a escribir cuatro líneas para defender a un editor que les pagaba -cada mes-
cantidades que nunca antes habían ganado. Tipos que se las daban de
profesionales y que no se les caía de la boca la palabra democracia y libertad de expresión. Pero que carecían de bemoles para defender el sustento diario.
Casi
todos ellos andan bien situados actualmente. Pues supieron a tiempo ejercer de perrillos
falderos de los políticos que atesoraban poder. Son los mismos que, cuando yo
me daba la vuelta, solían ponerme como chupa de dómine y, por si fuera poco, les decían a los demás empleados que yo me estaba cargando el periódico. Pobres criaturas. Siempre tan acollonadas a la hora de opinar... Y lo peor de todo es que no mejoran. O sea.
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