Comunico
a mis lectores que hoy han comenzado oficialmente las charlas dominicales sobre fútbol. La tertulia ha estado compuesta,
un verano más, por Tati Toledo, José Mancilla, servidor y, por supuesto,
se admite la participación de cualesquiera otras personas que acepten las reglas del
juego de la reunión playera.
Reglas que consisten, así por encima, en discrepar con educación de otras
opiniones. No sulfurarse nunca. Tener cosas que contar. Y sobre todo presentar
el certificado expedido por quien corresponda de no pertenecer a la cofradía de
quienes tienen tripas por estrenar. Es decir, individuos malintencionados, aguafiestas, agrios o molestos.
A la
tertulia, carente de subvención, conviene decirlo cuanto antes, se han sumado
hoy dos nuevos contertulios. Y, al
parecer, han disfrutado de las anécdotas que se han ido contando. Prometo
mencionar sus nombres si se dejan ver otra vez. Eso sí, cabe decir de ellos que
han causado muy buena impresión.
La
mañana calurosa nos invita a celebrar la reunión en el mar. O sea, charlando
con el agua a la cintura. El primer motivo de la discusión ha sido reconocer lo mal que lo pasan los entrenadores
durante los partidos. Hasta el punto de que muchos de ellos pierden a veces la
noción del tiempo e incluso están expuestos a los vahídos.
Y,
claro, yo me acordé de un famoso entrenador del Betis cuya manera de soportar
la presión era echándose al coleto más vino del que se podía permitir. Y, por
tanto, propiciaba escenas que ocasionaban la chufla y que a mí me sigue dando
pena y causando un respeto imponente. Vamos con las anécdotas, conocidas por mí gracias a dos jugadores béticos a quienes yo tuve la suerte de entrenar.
Demetrio Oliver Sánchez –Demetrio-, futbolista verdiblanco, me contaba que un día estaba
sentado en el banquillo a la vera de su entrenador y que éste, dado que lo
pasaba fatal durante el transcurso del encuentro, no cesaba de darle órdenes a
un compañero que estaba jugando, dirigiéndose a él como Demetrio. Así que llegó un momento en el cual le recordé que yo no estaba
actuando. Y el entrenador, tras mirarme con iracundia, me envió a los
vestuarios por llevarle la contraria.
Manuel
Pérez Orihuela, conocido popularmente como Macario, nacido en Rociana (Huelva),
antes de estar conmigo en el Real Mallorca, había pertenecido al Betis durante siete temporadas. Con Macario, extremo rápido, tesonero y cuya forma de jugar
molestaba mucho a sus marcadores, acerté yo al colocarlo en el sitio adecuado a sus características en
el medio campo. Y él, gran profesional, afable y agradecido, me contaba historias del Betis en los ratos de ocio. He aquí una de ellas.
Decía el futbolista de Rociana lo siguiente:
"Durante un partido, avanzada ya la
década de los sesenta, mi Betis perdía en el Villamarín por (0-2) y yo noté unas molestias que iban a más.
Molestias muy dolorosas en la planta del
pie derecho. Inmediatamente me percaté de que era una puntilla perteneciente a
un taco de madera la que me estaba haciendo pasar las de Caín. Y cada vez que
acudía a la banda para pedirle al utillero remedio para mis
males, amén de aprovechar la ocasión para que me atendiera el gran Vicente Montiel -fisioterapeuta-, más se ofuscaba mi entrenador. Quien enfurecido me gritaba que volviera a mi sitio y siguiera
jugando... El partido lo perdimos y yo estuve renqueando muchos días".
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