He aquí un lance vivido por mí en el verano de
1965 en una playa de mi pueblo. Una anécdota que nos dejó boquiabiertos a cuantos estábamos sentados a una mesa
surtida de mariscos y de vinos de la tierra en un restaurante al cual había que
acudir con la cartera llena de billetes. El motivo de la reunión era para agasajar a un tipo que acababa de
cumplir 77 años y que seguía viviendo cada día como si anduviera anclado en los
cuarenta.
El
personaje, que llevaba ya jubilado más
de una década, seguía dando muestras visibles de estar entusiasmado con el
vivir de cada día. Era un hombre de mediana estatura, bien formado y tenía el
arte de agradar e interesar cada vez que abría la boca. Y las mujeres, claro
está, prestaban muy pronto oído a cuanto decía aquel señor mayor
que, además, lucía una calvicie total.
Aquel
hombre sabía hablar y por tanto bien pronto sedujo a las féminas que estaban allí. Y créanme que no sucedía ese milagro por lo que decía sino por cómo
lo decía. Dado que es archiconocido que el supremo misterio del estilo radica
en eso. Y el estilo es capaz de proporcionar celebridad a cualquier edad.
Pero
aquel hombre gozaba también de la suerte de haber llegado a cumplir tantos años sin apenas menoscabo de su condición física. Su sangre circulaba a plena satisfacción
y regaba hasta el último de sus capilares. Lo cual no sólo le proporcionaba un
bienestar extraordinario sino que le permitía comportarse en el tálamo como
si tuviera 30 años menos. Ni que decir tiene que las mujeres se lo rifaban y
los hombres estúpidos, que los sigue habiendo a manojos, lo miraban esquinadamente.
Un día, un muchacho atolondrado, cuya obsesión radicaba en querer destacar, cuanto antes, sin haber obtenido aún ni los conocimientos ni la madurez suficiente para ser alguien en esta vida de mentiras y en la que seducir cuesta lo indecible, quiso darle matarile profesional a aquel personaje de 77 años. Y a fe que lo intentó cada día con empeño inusitado, extraordinario, insólito, raro.
Pero el
muchacho se quedó a luna de Valencia. Con todas sus esperanzas frustradas que
había puesto en cargarse la forma de ser y de comportarse del hombre de 77
años. El cual, a pesar de ello, sabía perfectamente que el arte de agradar y el
arte de interesar, desde los tiempos de Adán y Eva, radica en la palabra. Así
que ajo y agua para quienes tratan de emular al muchacho de aquellos años de los ‘felices sesenta’. Ya que en lo que a mí concierne no lo tendrán fácil.
Frase
Detesto saber lo que dicen de mí a mis espaldas. Me hace ser aún más arrogante (Oscar Wilde).
Frase
Detesto saber lo que dicen de mí a mis espaldas. Me hace ser aún más arrogante (Oscar Wilde).
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